Nueva reseña
Reseña de Miguel Baquero para Literaturas
Espero no equivocarme, pero creo que fue el gran escritor barcelonés Juan Perucho, con su caballero bizantino Kosmas, que aparece citado en esta novela, el primer autor moderno en merodear literariamente por la Baja Edad Media. Por esos tiempos de concilios ecuménicos y cortes merovingias, años de palomas mensajeras, de alquimistas en sótanos, de mercados tablajeros, y, por qué no, de asombrosos artilugios mecánicos, como los que, con excepcional inventiva, Perucho introduce en sus narraciones.
Es en estos años —recién derrumbado el Imperio Romano, arrianos y católicos en conflicto, Bizancio al fondo del paisaje— que se desarrolla la primer novela de Jorge Fernández Bustos (Granada, 1962). Un texto donde, con la excusa del viaje del protagonista, Septimio —así llamado por ser el séptimo hijo de su padre— de Ilíberis a Toletum, se nos hace recorrer ese espacio entre dos mundos en que aún perviven los mitos y las leyendas romanas, así como los ecos de su antigua sabiduría, mezclados con la superstición bastante rudimentaria, esa que veía el diablo en todas partes, de la primitiva cristiandad, y con los primeros indicios de una estética caballeresca de princesas encantadas y dragones fabulosos. Un mundo donde la imaginación parece haberse desbordado, fluir en diversas maneas a la espera de alguien que la catalogue y la embotelle en su respectivo recipiente…pero entretanto, Septimio realiza su viaje escuchando —y viviendo— diversas aventuras increíbles, como, sin ir más lejos, levantarse un día de —quizás nunca mejor dicho— echar una cabezadita y hallarse sin ella, la cabeza, encima de los hombros, sino al lado, autónoma e independiente, y tener que cargar a partir de ese momento con su testa bajo el brazo, con la consiguiente incomodidad y embarazo de movimientos que ello supone…
A lo largo de su camino, irá viendo —y le irán contando— otras historias prodigiosas, pero con todos los visos de ser ciertas… y de las que el protagonista no duda, una vez tiene ya su cabeza bajo el brazo. Prodigios tomados, ya se ha dicho, unas veces de la lejanísima, pero todavía palpitante, Antigüedad —autorizados por los latines de escritores célebres—, otras veces del imaginario popular —que avalan los santos recientes y otros padres de la Iglesia—, y a veces de la lejana Bizancio, o de la corte merovingia, de donde vienen con lujos orientales o con el creciente sabor de caballeros de la Mesa Redonda.
Prodigios como hombres-lobo, palabras que se convierten en piedras, personas que antes fueron marionetas, cabras que de un lado del río son blancos, del otro negras, y al pasar de una orilla a otra cambian de color, hermosas reinas visigóticas de casi dos metros de altura… Todo en este libro es un delicioso ejercicio de libérrima imaginación, un viaje maravilloso por un tiempo incierto en el que sentimos el aliento de las grandísimas fabulaciones del maestro Perucho, ya citado, y de eso otro escritor, no menos grandioso, que es Álvaro Cunqueiro. Casi nada. Los dos jugaron a novelar tiempos pretéritos con libertinaje, por qué no, con una imaginación fecundísima, hipnótica, bastante de la cual hay en esta novela de Fernández Bustos, muy digno seguidor. Incluso, como el gallego, echa mano de anacronismos sorpresivos, si bien en el caso del Fdez. Bustos estos anacronismos no se producen en el mundo novelesco, sino que los va espaciando por el texto el narrador, situado éste en una época indeterminada, lo cual quizás les reste algo de viveza. Como los escritores citados, incluye también al final una lista de personajes del libro donde, en ocasiones, aguarda la última pincelada.
Hay menciones asimismo a Borges, y su concepción literaria del universo, y uno entiende enseguida la cita, entre varias, de Teilhard de Chardin con que se abre el libro: «Sólo lo fantástico tiene probabilidad de ser verdadero».
Novela escrita con un estilo propio, inusual, extraño a veces pero de la belleza de una flor extraña; novela impregnada de humor, por supuesto, también de conocimiento del mundo antiguo; novela de apabullante imaginación que parece retomar la senda —que yo al menos creía perdida, más por dejadez de los escritores actuales que porque no ofrezcan buen camino— de los excelsos Perucho y Cunqueiro, y un tiempo en que se hacía novelas obras-de-arte literarias, Septimio de Iíberis es un libro que, sencillamente, me ha dejado admirado.