Septimio de Ilíberis: voluntad de estilo
Reseña de Jesús Cano en su Blog de Anillas (11 de enero de 2015)
He leído Septimio de Ilíberis con el placer de quien descubre un buen vino que ganará con los años. Como me dijo su autor, no es una obra fácil. No puede serlo porque es singular; y ello por muchas razones.
Todo es diferente en Septimio de Ilíberis. Para empezar, su propio argumento, con un protagonista al que se le cae la cabeza como por ensalmo, que emprende un viaje donde se topará con una serie de personajes no menos extraordinarios que él. Con tales licencias el autor recrea un ambiente netamente fantástico donde hasta las escenas más realistas parecen parte de un sueño. A esto último contribuyen no poco las considerables dosis de poesía que el autor inyecta a su obra desde que empieza a escribir. También resulta singular la elección de la época, el siglo VI, en plena debacle romana, con los inicios del dominio de los Visigodos. Se trata de un momento oscuro y son escasas las noticias que se tienen de él. No renuncia el autor a intentar una ambientación lo más eficaz posible, recreando una sociedad básicamente romana todavía, muy influenciada por la santería y las supersticiones paganas, pese a la progresiva implantación del cristianismo. Sin embargo, se equivoca quien vaya buscando una de esas novelas históricas en boga.
La novela de Jorge Fernández Bustos es algo más que eso, demuestra una prodigiosa voluntad de estilo en pos de un mundo propio. Gracias a la influencia de muchos y diversos autores, que deben rodar en su calabaza como bolas de un bombo (Joan Perucho, Álvaro Cunqueiro, Italo Calvino, Umberto Eco, Cervantes, Machado, Virgilio….), el escritor ha cuajado un trabajo excelente pese a marcarse importantes exigencias. Como elegir el formato de novela bizantina, con tan mala fama; como imponerse un estilo que exige mucho al lector, con largas frases subordinadas obstruyendo a las principales, con enumeraciones (al estilo bizantino) ocupando una o más páginas, con continuas referencias a animales, sobre todo aves y a sus cualidades sobrenaturales, con la elección plenamente consciente de un estilo difícil pero suelto, libre, osado nunca temeroso de ser rebelde. Esa nítida voluntad de estilo me hace adivinar que el autor debe haber disfrutado escribiendo su libro y eso siempre es bueno. Lo que no obsta para reconocer que no habrá sido fácil fraguar una novela de casi 400 páginas (si se incluye el índice de lugares y personajes).
Se podrían decir muchas más cosas de esta gran novela de Jorge Fernández Bustos, pero será mejor que sean nuevos lectores quienes descubran otras ocultas maravillas del país de Septimio de Ilíberis.
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