Entre amigos
El flamenco, que viene del Sur, tiene unos importantes altibajos. Hay días, cuando el nombre sobrepasa al artista, que el teatro se llena hasta la bandera. Otras veladas, cuando el artista apenas está sacando la cabeza, estamos en familia, tan sólo varias decenas de aficionados, casi siempre los mismos, aparte de un puñado de extranjeros despistados, salpicamos las localidades. Esto no tiene nada que ver con la calidad o la programación o el lugar o que sea lunes o el exceso de actividades paralelas, ¿o sí? De esta manera cómo vamos a luchar por una muestra permanente de flamenco en nuestra ciudad.
Es verdad que son artistas jóvenes, poco conocidas fuera del ambiente del flamenco. Es verdad que están buscando su camino y haciéndose un hueco en este mundo de cuatro (es un decir), pero también es verdad que, pese a su juventud, llevan una larga trayectoria de estudio, de ensayo, de actuaciones, de premios.
María Toledo arriesga, rompe el hielo con una toná. Su dominio y conocimiento son reconocibles, aunque aún se le ve algo verde y fuera de tono. En los tientos tangos se acuerda de Morente y de Granada. Choca algo ver a una chicha rubia y con voz castellana aproximarse al andaluz. Pero aquí la tenemos, tan segura y tan flamenca. María es acero toledano que se va templando en las cantiñas. Y, si al principio era aluminio y azufre y carbono, en la soleá, que abarca todo el dolor que cabe en su boca, es acero puro que arranca espontáneos oles del respetable. En esa tónica, remata su actuación por bulerías que bailan con estilo sus dos palmeras, Ana Japón y La Yesca. Hace mutis con un par de fandangos naturales a pie del escenario, remedando en su entrada el tronío de La Paquera.
Carmen Grilo tiene savia de Jerez y llega arropada con un apellido y el padrinaje de Sordera. Sorprende en su primera entrega con una farruca muy personal, que fuera de toda ortodoxia, se regodea en el ritmo y en la onomatopeya. Esquema que va a repetir en las alegrías. Cuando se impone la raíz es en la bulería por soleá, que le dedica a Marina Heredia, presente entre el público, y sobre todo en las bulerías finales, prolongando su soniquete jerezano fuera de micrófono. José Quevedo “El Bola” es un tocaor completo, poco convencional. Una verdadera fiesta su toque distinguido.
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