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El culto de la creación

Francisco Ayala tiene pelo. ¿Es inapropiado contradecir los dichos? Cien años dan para mucho. La vida se dilata y, tratándose de un literato, la tinta se imagina río. Ayala se graduó en Derecho en la Universidad de Madrid en 1929, de la que fue catedrático en 1933, antes de que se autoexiliara a raíz de la Guerra Civil. Así que durante los años bisagra del 20 al 30 se encontraba en el núcleo donde un nutrido grupo de artistas de todas las tendencias se subían al carro del europeismo y las vanguardias, más como medio que como fin. Compartían con el resto de Europa (sobre todo con Francia y Alemania) el culto de la creación por la creación misma y el retorno de la mirada a la realidad circundante. Según Buckey y Crispin, ante los elementos destructivos de la primera guerra mundial, “se empezó a mirar positivamente otros productos de la posguerra: la conquista del tiempo y espacio por el automóvil y el avión, las grandes ciudades o metrópolis, y el nuevo arte que captó su vida y a la vez condicionó su desarrollo: el cinema”. Pintores, cineastas, fotógrafos, literatos, a diferencia de otras corrientes, grupos o escuelas, eran conscientes de lo que estaban creando, de su tarea renovadora. La figura de Góngora fue reivindicada y se fraguó, entre los poetas, la Generación del 27. Los prosistas tomaban ésta y otras referencias que se van reflejando en las revistas de la época, muchas de ellas emanadas a partir de los ismos de esos años. Ayala, colabora desde su primer número en “La Revista de Occidente” (1923-1936) y después en “La Gaceta Literaria de Madrid” (1927-1933). Fruto de esta etapa se encuentran sus cuentos reunidos en “El boxeador y un ángel” (Madrid, Cuadernos Literarios, 1929) y en “Cazador en el alba y Erika ante el invierno” (Madrid, Ulises, 1930). Textos en que el autor granadino recorre el futurismo, el neogongorismo y el expresionismo alemán para desembocar en el surrealismo, con una buena dosis de humor, ironía y sensibilidad lírica. Ayala, como apuntamos, se verá influenciado igualmente por los primeros escarceos del cine mudo y en 1929 aparecerá su “Indagación del cinema” (Madrid, Mundo Latino), que seguirá creciendo hasta convertirse en “El escritor y el cine” (última ed. hasta el momento: Madrid, Cátedra, 1996); y por las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, de capital importancia para las vanguardias españolas. Así, por ejemplo, en “Cazador en el alba” escribirá: “Los pianos tienen un stock de notas reservadas en sus teclas negras”. Con esta obra, según Vázquez Medel, “Ayala completa la aportación de más alta calidad, la más lograda, de la prosa vanguardista hispánica”. La inclinación vanguardista, que un día definió su quehacer literario, también se advierte en su narrativa posterior y el humor, la ironía, el más allá del mundo soñado, se desprende de obras tan actuales como “Historia de macacos (1953)”, Muertes de perro” (1958), “El fondo del vaso” (1962), “El jardín de las delicias” (1971) o “El jardín de las malicias” (1988). Obras que han llevado a Francisco Umbral a comentar en “Las palabras de la tribu” que los libros de Ayala “son directamente ilegibles”. Leamos a Ayala no obstante y persigamos las pisadas de vanguardia que aún siguen dejando huella.

Notas

1.- Texto aparecido en el especial Francisco Ayala. El escritor en su siglo de Granada Hoy, el domingo 12 de marzo de 2006.

2.- El título original era Ayala y las vanguardias.

3.- El párrafo resaltado en rojo, no apareció en la versión impresa. ¿Será P.I. en un aniversario?

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