El oficio de Pepa Molina
Hemos tenido ocasión de verla recientemente en este mismo Festival, el día 28, con la compañía Arrieritos, haciendo “13 Rosas” de H. González, y el pasado año, acompañando a Rafael Amargo en su “DQ… pasajero en tránsito”, dejándonos claro su altura y su dominio técnico. Pepa Molina, que sustituye en los Trasnoches a Jara Heredia, mostró su seguridad y buen hacer en el escenario. Sin embargo, la muestra resultó algo escasa. Cinco temas en total uniendo las dos partes.
El espectáculo comenzó una hora después de la cita programada y el descanso también fue más prolongado de lo habitual. Resultado: un concierto largo y con poca chicha. Pepa, es una bailaora de oficio, antigua en su concepto y reflexiva en su ejecución; generosa con sus acompañantes y decidida ante el público. Su baile es creativo dentro de una añeja ortodoxia. El taconeo es la parte de un todo, a veces tan sólo testimonial, apoyando su baile en marcados movimientos y composiciones estudiadas. También se le advierten, por su formación y trayectoria, pinceladas de la danza contemporánea que, lejos de perturbar el baile flamenco, lo enriquecen con nuevas dimensiones.
Su primer pase fueron unos tientos-tangos de esmerada factura que sin embargo, ya fuera por el calor, la tardanza o su vestido gris perla, daban la sensación de pesadez. En la segunda parte, aún con bata de cola, sus alegrías resultaron más frescas y ligeras. Se siente segura con su vestido largo, que lo mueve con gracia y acierto. ¿Alguna influencia de Belén Maya? Y, sin apenas respirar, con el tiempo justo de cambiar su bata por un vestido negro constelado de lunares, acaba su entrega con unas bulerías que, bien mirado, justifican su esfuerzo.
Mención aparte merece el cuadro de atrás. La tocaora Antonia Jiménez es precisa y comedida. Su gran aportación es la de acompañar y dejar hacer. Pocas florituras pero exquisitas en sus momentos. Rafael Jiménez “El Falo” es un corredor de fondo. Su dominio del cante y de la tradición, junto con el conocimiento de su potencial y la dosificación de su voz, hacen de él un artista único, con el carisma indispensable para hablar de él con mayúscula. Como complemento, la voz flamenca y acompasada de “El Picúo”. A las palmas, inmensas, las también bailaoras Ana Romero y Mati Gómez, que se dieron unas pataíllas en las últimas bulerías. El grupo completo, para comenzar cada parte, hicieron tonás y soleá, respectivamente, dejando clara su cátedra y allanando el camino a la propuesta de Molina.
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