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El tiempo no se detiene

El tiempo no se detiene

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Eso es lo que parece dar a entender Israel Galván en este nuevo espectáculo. “La edad de oro”, al igual que el título homónimo de Luis Buñuel en el que retrata brutalmente a la burguesía, expone una espiral que parte de ese supuesto tiempo mítico, pasando por las propuestas actuales y desembocando en un futuro aún no previsible. La parquedad del bailaor sevillano le lleva a acompañarse tan sólo de la inmensa desnudez de un cantaor y de una guitarra que complementan el simbolismo de toda la obra. Fernando Terremoto, fiel reflejo del cante de los años cincuenta y sesenta, dice los cantes como podría decirlos su mismo padre, Terremoto de Jerez, Sordera, Tía Anica la Piriñaca o Agujetas el Viejo. Desde su comienzo por tonás hasta su final por bulerías o su fandango a pleno pulmón, hace alarde de su torrente de voz, que justifica generosamente su sobrenombre. Alfredo Lagos, más libre, con su guitarra suelta, es una volaera que gira según sople el viento, sin ajustarse a ningún canon. La excelencia de su toque se refleja en cada uno de sus solos, de sus arpegios, de sus silencios, que van y vienen inmersos en la continua rueca del tiempo. Destacamos la seguiriya, la soleá, las alegrías… como cenit de ese devenir. Israel Galván, por su parte, va hilvanando esa espiral, concretando esa propuesta espacio-temporal que, como el oleaje de las mareas, viene y va y siempre es el mismo y siempre es cambiante.

Toda la obra son latidos, son impulsos, rellenos de silencios y de arrebatos para dejarse morir de nuevo en su misma quietud. Así las piezas son breves, que decrecen, se congelan para saltar de nuevo. Son chispazos líricos, son como los fotogramas de las películas de época, es como la lluvia de estrellas. Israel, influenciado por el bailaor y pintor Vicente Escudero, se levanta y se rompe, adopta posturas imposibles y roza lo sublime. Se acuerda de sus mayores, recuerda la fiesta y expone su verdad. Los brazos escapan de su cuerpo, sus pies temen abandonar la ortodoxia, su cuerpo se crece y se dobla como si fuera un hombre de goma. Sus movimientos encierran la feminidad y la hombría necesarias para llevar a pensar en un futuro también ambiguo. Los remates de sus apariciones, la propuesta final a cada una de sus piezas de danza, son posturas, a veces forzadas, a veces hilarantes, que recuerdan los cuadros de Escudero. “Tú que puedes”, es una de las voces que se oyó del patio de butacas.

“La edad de oro” en fin es el diálogo permanente entre el pasado que se aferra y el futuro que viene a empellones. Galván dialoga como un orate con esa tradición, escucha a la nada y propone su salto al vacío sin red que amortigüe su arte sin par.

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