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volandovengo

Plagios y otras indecencias

De un libro que me he leído este verano (La Montaña del Alma de Gao Xingjian, único premio Nobel chino, en el año 2000) extraigo este diálogo que trata sobre la profundidad de Gong Xian (pintor chino que vivió hacia 1660-1700):

¿Puedes certificar que esa pintura es suya?

¿Importa eso realmente? Si piensas que es suya, suya es.

¿Y si no?

Entonces no es suya.

También me encuentro en la revista Historia de National Geographic que han hallado en Cádiz (en un solar de la calle Sagasta) una lucerna del siglo II con información de su fabricante: Emite lucernas colatas ab assene (es decir: "Compra lucernas labradas por Asenio"). Lo importante no es el objeto, pues de esta lámpara de aceite de iluminación casera han aparecido miles en todo el ámbito mediterráneo, sino el autor de ese objeto, el personaje que fue capaz de darse a conocer mediante sus creaciones.

El arte y la literatura están llenos de anónimos. Cuanto más nos adentremos en el tiempo, la mano del artista será más desconocida, las autorías no son relevantes, se van difuminando en la masa, en la artesanía popular.

La firma es tan importante ahora que a veces es lo único que adquirimos, lo que apreciamos, lo que encarece un producto o, en cambio, es lo único que tiene valor. Pérez Reverte decía que si él firmara las páginas amarillas, se venderían como un bet seller. A veces un verso justifica un poema y éste un libro, que es el que justifica toda una obra, y ésta al poeta y así su firma.

Se duda de que Shakespeare escribiera sus obras. A Cervantes le salieron plagiadores y hubo un tal Avellaneda que escribió una segunda parte de El Quijote antes de que lo él lo hiciera. Homero, según algunas teorías, fue un nombre genérico que agrupaba a los 'homéridas', que eran cantores generalmente ciegos que se ganaban la vida recitando las aventuras y mitos populares de los dioses y los héroes helenos.

Hay artistas que han tenido taller y han confeccionado obras en grupo o incluso han firmado lo que pintaban sus aprendices. Dalí firmaba lienzos en blanco y se los pasaba a sus alumnos. Alberti retocaba por encima los cuadros que se iban descolorando, regalados por su amigo Picasso.

Cuando escribir era cosa de hombres, había mujeres con seudónimo masculino (Cecilia Böhl de Faber alias Fernán Caballero) o maridos que firmaban por sus esposas.

De siempre ha habido suplantaciones, copias, plagios, remedos, imitaciones, falsificaciones... hasta el punto que la perfección de estas nuevas obras adquieren un valor en sí mismo o suplantan los originales cuando, por ejemplo éstos han desaparecido.

Me enorgullezco de haber sido plagiado varias veces, de haber sido copiado e imitado. El plagio (aparte de ser una putada para el que lo sufre) es un acontecimiento que puede hacernos harto felices. No por la recompensa económica que podemos obtener en un juicio defendiendo nuestra autoría, sino por el hecho de que nuestra obra, y por ende nosotros mismos, nos hallamos a tal altura que merece la pena hurtarnos un poquito de gloria.

Una vez, hace más de veinticinco años, asistí a un recital de poesía. El presentador, que era nada menos que Concejal de Cultura y se llamaba Fernando (se seguirá llamando, creo) dedicó un texto emotivo al protagonista de la noche, en el que venía a decir que todos somos poetas. No sólo comulgaba con la idea, sino que la cita que leyó al principio me resultaba familiar y el texto en general lo identifiqué como mío.

Al tiempo reconoció su descarada suplantación, pidió perdón con la boca chica y aludió a su falta de inspiración. Yo acepté las disculpas y le propuse que, si las ninfas se habían apartado de su camino, yo le podría escribir un poemita mensual.

1 comentario

Hueso -

Ay amigo si yo te contara... es la musas parecen ser esquivas muy a menudo a mucha gente... casi siempre a la misma gente.