Un abrazo a Curro Vega
Un homenaje es un acto solidario para con una persona o una buena causa. Las características de un homenaje a un flamenco deben ser, en primer lugar que sea verdad, que se haga con el corazón y que respondan los convocados, normalmente los amigos del homenajeado. En segundo lugar deben cubrirse los objetivos propuestos, en especial reivindicar la figura del artista y recaudar fondos en su apoyo. Por último, debe tener un mínimo de entrega y calidad.
El viernes pasado un grupo de amigos, contemporáneos de Curro Vega, incluido él mismo, se reunieron en el teatro del Zaidín para expresarle su reconocimiento. Fue, como digo, un acto lleno de verdad, distendido y de gran emoción, en el que se ensalzó la figura de Curro Vega, como maestro de su tiempo, y donde se ofreció un recital de alta flamencura.
Lo único malo, aparte de algunos reveses con el sonido, el acople y las chicharras, fue el escaso poder de convocatoria. Ya fuera por la poca difusión del evento, ya por el lugar inapropiado, ya por otras ofertas musicales ese mismo día, el caso es que se vendieron apenas un centenar de entradas, que no llenaron ni medio aforo, con las consecuencias lógicas de la flaqueza monetaria que se obtuvo.
De todas maneras, un emocionado Curro Vega, que actuó en primer lugar, agradeció infinitamente esa muestra de compañerismo y amor desinteresado, y la presencia del público asistente. Con buen criterio, cada cantaor hizo tan sólo dos cantes, pues con tantos nombres en el cartel se podía haber prolongado el concierto hasta la madrugada.
A la guitarra Miguel Vega, le tocó a su padre, que cantó una inspirada milonga de su cosecha y una malagueña. José Gómez "Colorao", el mayor de la saga familiar, ya retirado, se unió al homenaje y, con José María Ortiz a la guitarra, nos ofreció una soleá y un ramito de fandangos. El relevo lo cogió el cante maestro y sosegado de Curro Andrés que, arropado por Francisco Manuel Díaz, nos hizo unos tientos y otros naturales que desembocaron en Huelva y terminó acordándose de Toronjo. Antonio Trinidad fue muy “morentiano” en su entrega. Comenzó con los tangos “Mi pena”, que Enrique grabara en su disco “Sacromonte” inspirado por unos versos de Manuel Machado. Antonio los interpretaría muy ralentizados, sin llegar a ser tientos, impregnándolos de especial belleza. Y, sin dejar de cantar, pasó a hacer cantes de Málaga, que acabó por rondeñas.
Desde Alhama, Paco Moyano vino a poner su grano de arena en forma de serranas, Juan Pinilla, el más joven de la reunión, que también hizo de presentador, regaló a Curro Vega unas murcianas que hacía su maestro Manuel Ávila que, desde su desaparición, no había vuelto a oír. Terminó el cantaor de Huétor Tájar con una granaína que fue muy aplaudida. El torrente de voz lo puso Ángel Rodríguez “Chanquete”, proponiendo unos definitivos fandangos de Frasquito y otros del Sevillano. Enrique Gómez, el más pequeño de los coloraos, se templó con una soleá, que dedicó a su hermano mayor, para después romperse con un taranto. Para terminar, Antonio Gómez Colorao, el más activo de la familia, con Tente, que lo comprende bien, a la guitarra, cantó sus habituales marianas y las imprescindibles seguiriyas por las que es reconocido. Esperando a la bailaora, que se rezagaba por su trabajo en el Camino del Monte, Antonio nos sorprendió con unas alegrías y remató con unos fandanguitos, hasta que sus colegas se hicieron presentes en escena para improvisar todos juntos unas bulerías. Kika Quesada cerró la noche bailando una sabrosa soleá por bulerías.
* Siento no tener una foto del maestro
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