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volandovengo

El mercado del arte

Bajo el título común de "Por peteneras", el sábado pasado comencé una columna sobre flamenco, de periodicidad incierta, con este artículo (el cual publiqué hace tiempo en la edición digital de Granada Hoy y por ende en este blog):

El flamenco, sobre todo el cantaor flamenco, ha tenido siempre fecha de caducidad. Los trasnoches continuos; el alcohol, a veces obligado para templar la voz y los nervios o para aguantar los reveses de la vida; las drogas, sin adivinar muy bien sus consecuencias; y, en definitiva, su malvivir, hacían de los flamencos fuegos de artificio, que se elevan y estallan en un cenit la mayoría de las veces improbable. Hogaño, el flamenco, en el mejor de los casos, se equipara a otras artes, los artistas se cuidan e invierten salud y facultades para su futuro. Tanto se prestigia el flamenco hoy día que, como nos descuidemos, va ha hacerse prohibitivo. Algunos artistas comienzan a mostrarse intocables por el caché que están adquiriendo. Distinción económica que no siempre se corresponde con la calidad. El artista se debe valorar. Está bien que a los veinte o a los treinta años de andadura por los escenarios, con una merecida carrera y un prestigio reconocido, se cotice como es debido, pero que al mínimo éxito la cuantía de contratación se multiplique varios enteros hace que la lógica se tambalee. Muchas veces es la pescadilla que se muerde la cola, como si su elevado precio fuera muestra de sus dones y las cualidades adquiridas justifiquen su alto caché. Causas de la cresta ascendente son, por un lado, el prestigio artístico, social e internacional que viene adquiriendo el flamenco durante estos últimos años, la demanda creciente entre un público incondicional y que instituciones oficiales y centros privados no duden en programar lo que se reclama. Por otro lado, están las agencias y los productores que pretenden sacar el mayor provecho de sus protegidos, aunque esto sea a corto plazo, jóvenes promesas hay muchas, cada vez más, y que alguna se quede en el camino es una ‘pérdida’ por suerte reemplazable. Las consecuencias son previsibles, meridianamente claras. Un artista con un caché elevado puede ser llamado cinco veces, pongamos el caso, cuando con un precio de contratación asequible serían requeridos veinte veces, que quizá sea lo que interesa con vistas a la promoción y a la divulgación del arte. El formato del macro festival de flamenco también va a cambiar, pues un evento de este tipo tiene una subvención determinada y si un sólo artista, dos a lo sumo, se la reparten íntegra, la fiesta queda truncada, y a la postre, los nuevos flamencos, que hallan en estos recitales un buen espaldarazo para poder codearse con artistas ya consagrados y ser contemplados por un gran número de espectadores que de otra forma les sería difícil reunir, se verán relegados al olvido hasta que un supuesto ‘pelotazo’ haga multiplicar sus expectativas.

3 comentarios

David Zaafra -

Totalmente de acuerdo amigo Jorge, nada mas soberbio que un caché desproporcionado al trabajo ofrecido.
Y nada mas ofensivo que a costa del sufrido contribuyente, porque con el dinero de taquillas ya me dirás, ni pá pipas...

volandovengo -

Pienso, querido David, que la primera característica del artista debe ser la humildad.

David Zaafra -

Querido amigo Jorge, mi acuerdo total con tu frase o sentencia:
“Algunos artistas comienzan a mostrarse intocables por el caché que están adquiriendo. Distinción económica que no siempre se corresponde con la calidad.”
A mi modo de ver, nunca se corresponde con los cachés mencionados.
Seguramente esta fiebre o locura la estemos pagando todos con nuestros impuestos en forma de patrocinios de instituciones oficiales.
Posiblemente, mi decadente afición al flamenco y alejamiento progresivo, sea motivado por este repetir incansable de los artistas flamencos, y esta no-correspondencia mencionada.
¡No hay ARTE sin creatividad¡.
La creación solo corresponde a los diose. Seguramente...