Sara Baras, tan sólo una imagen
Me encuentro en un difícil reto. Me encuentro ante el antagonismo de elogiar una obra grandiosa en su concepto y con genialidades puntuales; y, por otro lado, desmontar toda una trama que se arguye para conseguir el fácil aplauso y la impresión generalizada. Sara Baras, con un amplio elenco de artistas que le acompañan y un aparato técnico desmedido, nos propone el espectáculo “Sabores”, dedicado a “Concha, mi madre”, sin ningún hilo argumental, dejándose llevar por el arte mismo, el baile por el baile. El flamenco no necesita argumentos. En principio, esto está muy bien y los resultados son espectaculares. Pero ése, siento, no es el camino. La entrega es total, absoluta, pero faltan atisbos de verdad. Tratémosle, sin embargo, como un ballet flamenco.
Desde el año 1998, en el que Sara crea su propia compañía y lanza su primera creación “Sueños”, el mundo se ha rendido a sus pies y a sus maneras perfeccionistas. Como una dama del Renacimiento, Sara siente la conjunción de las artes y no sólo baila, sino que crea elegantes coreografías, atrevidos montajes y refinados vestuarios. Tras “Sueños” vino “Juana la Loca” y después “Mariana Pineda” hasta desembocar en estos “Sabores” que son la esencia de Cádiz, su Bahía y sus cañaíllas.
Con un bolero comienza una función que no da tregua al descanso, pues un tema se imbrica con el siguiente, sirviéndole la coda del primero como preámbulo al segundo, creando así un todo continuo. Es la presentación de la compañía, es la demostración de horas de esfuerzo, de brillantez estética, de perfecta sincronía. La música, muy cuidada, respalda la acción, que en la mayoría de los casos se muestra convencional. La interpretación de los cantaores es más rumbera de lo deseado.
En los tangos se muestra Baras como alma mater de todo el conjunto. Su técnica es decisiva. Su fuerza, velocidad y belleza somática arrebatadoras. El carisma de la bailaora gaditana va dando paso a otras creaciones, más o menos identificables, en las que entra el resto de su equipo. Las seguiriyas las retoma Luis Ortega, uno de sus artistas invitados, que las ejecuta con castañuelas. El efecto es el deseado y el entreverado de las orejas apenas perceptible.
El rojo vino hace su entrada en forma de taranto. Cuando el baile es más reposado, cuando el cuerpo marca el compás, Sara se muestra más flamenca y el duende pugna por asomar la nariz. Sin abandonar el escenario, en el tanguillo se hace acompañar por su cuerpo de baile, para dar paso a un excelente José Serrano que interpreta unas alegrías poco convencionales. Es curioso, siendo las cantiñas el sello indiscutible de la tacita de plata, el abandono de su ortodoxia es cuanto menos anecdótico. Serrano, que es partenaire de Sara Baras desde el año 2000, es un buen complemento que se amolda a su estilo y su estética. Hay que destacar el control de un zapateado de vértigo.
La pieza más aplaudida de Sara fue el martinete bailado con pantalón y sajones. El común ya estaba volcado y las lágrimas a flor. Un pañuelo turquesa, sacado de la manga, comulga con el resto de las bailaoras que intentan llegar a la zambra que solapa a una soleá por bulerías que a su vez da paso a una bulería de Baras a Baras. O sea, es un claro homenaje a Concha, el apunte final a una obra tan estremecedora como convencional. La artista refleja en este baile un aire antiguo con buen paladar. Toda la compañía, antes de irse, nos deja el acostumbrado fin de fiestas por bulerías.
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