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Con olor a Granada

Con olor a Granada

Los Veranos del Corral

A la salida del concierto, estuve hablando con Luis Mariano sobre algunos aspectos del recital de Patricia Guerrero y, entre otras cosas, coincidimos es en que los tangos, tanto el toque como el baile, destilan un especial olor a Granada. Huele su tierra, huele su agua, huele su noche y el pensar de su gente. No todos los tangos son iguales. La riqueza de los tangos de Granada es legendaria. Mientras la baja Andalucía mira a occidente, nuestra tierra tiene el perfume oriental; mientras los demás descansan en una planitud festera, el tango del Sacromonte goza de un estudiado cromatismo, mientras otros son una plazoleta, los de aquí son una encrucijada, la confluencia de multitud de caminos que a la vez pueden ramificarse cual jardín borgiano. El tango, huelga es decirlo, es el cante identificativo de nuestra tierra.

Patricia, como gran parte de los flamencos de Granada, sabe esto y, como tal, se ha preocupado de ocupar un puesto destacado en el decir de este palo tan identitario. Un quejido de violín, casi independiente, de Esther Crisol (también cantaora) colma el patio del Corral, que da paso a la generosa entradilla de guitarra de Luis Mariano, que empieza a sonar a surtidor y a arena mojada, hasta que comienza el verdadero soniquete, el inconfundible soniquete por tangos, que las palmas, en un compás binario lo determinan.

La bailaora granadina, vestida de bailaora granadina, con pañuelo rojo y flor en lo alto de la cabeza, empieza a ronear desde el principio, se acuerda de la tradición, del Camino, del Monte, del Petaco… y aporta de su persona algunos paseos, quiebros y desplantes singulares. Propone novedades en las letras que la arropan y en el eco que la envuelve. Patricia por tangos huele a Granada.

Pero antes de llegar a este pellizquito local, varias entregas abren camino. Una malagueña de Manuel Torre (Mariano y Lavi) abre una noche expectante. Patricia tiene en su tierra un nutrido grupo de seguidores, empezando por su familia, que, aunque incondicionales, están (o estamos) pendientes de cada uno de sus movimientos, de sus propuestas y de su evolución. Quizá por eso, su salida pareció insegura, con el nervio de quien realiza un examen importante.

Pronto sin embargo las malagueñas se abandolan, uniéndose el resto de los músicos, hasta terminar con los fandangos del Albaicín. La bailaora se relaja y justifica su belleza, con vestido rojo con abertura frontal y sombrero a juego de bandolera sobre el moño trabajado. Todo posiblemente demasiado puesto, demasiado repensado, sin margen creativo, sin fisura para improvisar. A veces también sería necesario que relajara el rostro.

Rayando en el detalle de la originalidad, los exclusivos cantaores, Miguel Lavi y David ‘El Galli’, hacen unos pregones, en lugar de las socorridas tonás o los martinetes (aunque el Londro, la noche de Mercedes Ruiz, también cantó pregón). Comienza ‘El Galli’ acordándose de El tío de la Alhucema de ‘El Lebrijano’ y termina el jerezano remedando a Pepe Pinto.

Vestida casi de novia, de perla blanca, con Manila, baila Guerrero una granaína nada convencional, interpretada tan sólo por Mariano a la guitarra. El mantón toma vida en los largos brazos de Patricia, que no descansa arañando sus mil posibilidades de vuelo y estampa. Choca sin embargo, aunque el tratamiento es completamente distinto, que dance unas granaínas justo después de unas malagueñas.

Tras los tangos comentados en un principio, interrumpidos cien veces por los aplausos, que incluso el bello remate final de sonanta y cajón (‘El Cheyenne’) se perdió totalmente, los músicos hilvanan una soleá con enjundia y sabor añejo en las voces de nuestros amigos. La segunda guitarra de Oscar Gallardo dimensiona la primera, aunque a veces estaba de más.

Termina el recital por bulerías. De azabache con motivos vegetales (el vestuario es delicioso), Patricia se desborda en un concierto que ha ido a más. Sin discusión domina sobre las tablas, asegura su seguridad y lo da todo. Sabe que es el último baile y derrocha energía. Se siente arropada por los músicos de primera fila que le acompañan y por un sonido impecable. Lástima que el juego de luces, como denuncié el primer día, no está a la altura. Pies, brazos, cintura, hombros… todo su cuerpo está en función de una fiesta que no descansa, una fiesta para todos, la fiesta que nos propone.

* Foto de Antonio Conde©.

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