El reconocimiento de la lentitud
Los Veranos del Corral
Piel de Bata
Se agradece dentro del vértigo de la juventud y la vanguardia, el cambio de ritmo de Milagros Mengíbar, el tradicional baile de mujer donde los brazos mandan, la apostura define, la expresión convence.
Es de agradecer un silencio en el trino, el reconocimiento de la lentitud que hace saborear cada vuelta, el exclusivo vestuario y unas manos que han nacido para volar suavemente.
Piel de Bata es una obra parca y delicada, un muestrario de trajes de cola y el magisterio de su tratamiento. Todas las piezas, como es de prever, se bailaron con bata de cola. Milagros Mengíbar se hace acompañar de Luisa Palicio, una joven bailaora malagueña, que sigue sus pasos y almohada sus entregas, pero, por lástima, no está a su altura (aunque son evidentes los progresos que percibimos desde el anterior año que estuvo en el Corral en solitario).
Se podría decir que es el año de los pregones. En tres noches, de las siete entregas que llevamos, se han escuchado estos cantes tan bellos como olvidados, lo que hace pensar en lo contrario. Pues con pregones se hizo la presentación de este espectáculo. Con batas de lunares y pañuelos a juego sendas bailaoras se pasan el relevo o bailan al alimón mascando el ambiente, regodeándose en su propia figura y en la de su partenaire. Destaca como un viento fresco lleno de luz el braceo de Milagros y su dominio en el vuelo del vestido.
El guitarrista Rafael Rodríguez, canoro y reposado, como una señora merece, acompaña de lujo. Pero echamos de menos, de cuando en vez, una segunda guitarra que rellene la tendencia al vacío. Por otro lado, los cantaores, Manuel Sevilla y Juan Reina, añejos y comprometidos, de compás extraordinarios (y el jaleo que se precisa para acompañar al baile), pero a menudo desafinan y van fuera de tono y remedan un poco demasiado a Chano Lobato, en sus letras, en su deje e incluso en su voz.
De blanco impoluto, Luisa, baila unas guajiras lentas y caribeñas, con mantón también blanco, evidentemente con poco peso. La sensación de un principio acaba pronto y termina en una especie de sopor sólo superado por las interminables peteneras que le siguen, abordadas por Milagros con bata negra, rosácea en sus bajos y pañolón. No sólo se repiten las formas y el protagonismo de los cantaores que saltan alternativamente al escenario, cantando sin micrófono e interactuando con la bailaora, sino que también ésta, con un exceso de teatralidad, introduce una coreografía un tanto casposa.
Por soleares es cuando Luisa Palicio convence realmente y arranca algún que otro ole sentido. Una soleá que comienza con un recitado, a la manera de Pinto o Marchena, y que acaba en bulerías.
La velada termina, dentro de lo que cabe, dejando buen sabor de boca por alegrías. Los cantaores, fuera de tono, siguen abordando las tablas y el guitarrista se aparta del micro (a estas alturas, el técnico de sonido tendría que estar echando chispas). Lo que antes era una intuición, ahora es una realidad, Chano Lobato, al igual que Camarón, vive en sus seguidores. Incluso introducen en un poquito por fiesta Noche de Ronda, uno de sus temas característicos. Nos quedamos, no obstante, con la figura de Milagros Mengíbar, con sus desplantes antológicos y con ese juego de manos que justifica cualquier objeción.
* Foto de Antonio Conde©.
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