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Sangre castellana

Sangre castellana

Los Veranos del Corral

Hecho a mano

Uno de los logros del Corral del Carbón es su tácita exigencia. En sus trece años de existencia, esta Muestra de flamenco se ha ido haciendo un nombre, se ha ido abriendo un hueco de prestigio entre las ofertas flamencas de nuestro país, con unas características únicas de formato, temporalidad y tratamiento. Esto no sólo redunda en el hecho de que todo bailaor joven (o no tan joven) que se precie quiera pasar por este escenario, sino que cualquiera que acuda a Los Veranos del Corral llega con un compromiso personal de entrega importante.

No obstante hay días y días. Las cosas salen como salen y no como uno quiere. El duende se esconde y aparece cuando menos se lo espere. Hay quien trae lo mejor de su repertorio, el baile consabido de su hacer cotidiano; hay quien hace un popurrí de su obra o adapta para la ocasión su último espectáculo; hay quien prepara algo exclusivo para la ocasión, quien estrena con orgullo sus nuevas propuestas; hay quien experimenta, quien se entrega al Corral como exclusivo local de ensayo, donde crea e improvisa sobre la marcha, y germina así su futuro próximo.

Todo tiene cabida en un ciclo de baile (aunque durante estos años pasados también se dedicó al cante y a la guitarra). Todo es válido y destacado que, más pronto que tarde, encumbra o pasa factura.

Concha Jareño es una bailaora de oficio, fruto de una formación clásica, que se entrega en el escenario. Nacida en Madrid, tiene una gran técnica, unos pies limpios y unos brazos seductores. Sus propuestas son redondas y elaboradas, demasiado elaboradas y académicas, que nos sorprenden no obstante cuando se salen del margen, cuando se despeina un poco.

Concha compone una obra para presentar en Granada. Hecho a mano no pretende cargarse de barroquismo ni asomarse a los márgenes del flamenco. Son cuatro piezas que se han ido hilvanando poco a poco, “un espectáculo hecho a poquito, a puntaítas, de viaje de viaje”, nos cuenta, mostrando simplemente el baile por el baile, puro sentimiento.

Por tonás empieza la noche que, en su mitad se acompasan con ritmo de seguiriyas. Rematadas en sincronía a dos voces (Antonio Núñez ‘El Pulga’ y Emilio Florido). El baile es correcto. Es la presentación de una bailaora que posiblemente es la primera vez que actúa en Granada en solitario.

Seguidamente la guitarra hace su entrada por granaínas. Solo en las tablas, Román Vicenti desgrana una pieza breve, sin florituras, pero con mucho sabor.

Los aires de málaga encierran malagueñas, jaberas, rondeñas y verdiales, que la bailaora aborda con frescura marina, vestida de azul y celeste, con castañuelas. Es la primera vez este año que aparecen palillos en el Carbón. Su dominio es manifiesto y rico en acciones.

La dimensión cantaora de ‘El Pulga’ la comprobamos en un cuplé, una canción por bulerías, que, con su modalidad vocal y el acompañamiento con todo su cuerpo lo hace único (a veces recuerda a Rafael ‘El Falo’).

Pero no descubrimos la capacidad bailaora de Jareño hasta su entrega por levante, que culmina por tangos. Se regodea en el cante, lo que es de agradecer. Ella misma se vuelve y ofrece oles a sus músicos. Su técnica y su compás son admirables. Los cantaores rematan a dos voces con Los saeteros de Morente.

Nunca he entendido los solos de percusión en un concierto flamenco, si no justifican nada más que la habilidad y la capacidad rítmica del percusionista, sin otra justificación. Sin embargo, aquí los tenemos y, por el público en general, son apreciados.

Después, como digo, del solo percutido de Luis Amador, Emilio Florido hace seguiriyas, antes del canto del cisne de la bailaora madrileña. Con bata de cola blanca calada, con largos flecos naranja, a juego con sus bajos, Concha propone unas bellas alegrías, medidas hasta el límite, justificadas al milímetro, que enardecen pero que no llegan a pellizcar.

* Foto de Antonio Conde©.

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