Fábula del mundo alargado
¿Quién no ha visto un perro con el rabo entre las patas; o a un gato encogido, con el pelo erizado y las uñas, afiladas y amenazadoras, desenfundadas hasta el límite?
¿Quién no sabe que el avestruz oculta su cabeza bajo tierra cuando tiene miedo; o que el mandril camina detrás de la manada de elefantes para protegerse de los leones?
¿Quién no se ha enterado de que el delfín y la ballena (y quién sabe si también las anchoas del Cantábrico) optan por suicidarse antes que morir lentamente en unas aguas contaminadas o en las redes de pescadores egoístas que, por otra parte, exterminan su hábitat y su alimento; o que el panda devora a sus crías para evitarles pasar hambre y necesidades en una selva cada vez más mermada, en un mundo que amenaza con borrar de la faz de la tierra su corta existencia?
¿Quién no ha sentido el temor de una madre por la ventura de sus hijos adivinando un futuro incierto; o la rabia de un niño que soporta las risotadas de otros niños por diferencias étnicas, físicas o intelectuales; o la impotencia de un hombre encadenado, un hombre privado de sus actos, de su palabra, de su pensamiento, determinado por una sociedad cruel, por “jefes” abusadores o por unas leyes incomprensibles, que ni él ha dictado ni está de acuerdo con ellas?
¿Quién no ha sentido alguna vez la impotencia de que decidan por él, de que le “aconsejen”, de que le "comprendan”?
¿Quién no ha dicho varias veces al día: “esto va de mal en peor”, "esto no tiene ni pies ni cabeza”?
¿Y nos hemos preguntado que tiene pies y cabeza?
Veamos: el mundo. La Tierra no tiene ni pies ni cabeza, ni siquiera es redonda. Es una naranja. Es una chata pelota ajada.
Pero no siempre fue así. Fabulando un poco, podríamos concebir el mundo como un isópodo, vulgarmente llamado marranica, cochinilla o bichito bola, que es un bicho negro alargado, pequeño (0'5 a 500 mm) (¡no tan pequeño, mom die!), con caparazón, que se enrosca para protegerse y que tiene pies (varios) y cabeza.
El mundo, puede ser, que al principio fuera como este crustáceo. Nuestro planeta gozaba de una esbeltez elegante y fructífera. Estaba hecho a la medida de su contenido, estaba maleado (maleable, como los metales, y no malicioso, de mal) como debía.
La felicidad, empero, duró tan sólo unos cuantos millones de años. En cuando apareció el hombre, la especie “elegida”, y más cuando estos seres comenzaron a unirse en manadas y sociedades, para crecer, para multiplicarse, para dominar la tierra y someterla, hasta el extremo de estrujar la naturaleza hasta la última gota de su sabia; la marranica feliz que era el mundo, tuvo miedo y se cerró, se enroscó en sí misma escondiendo su cabeza y sus pies, por siempre jamás.
Desde ese momento el mundo fue redondo, como el resto de los planetas donde no existe vida. Desde ese momento, en fin, todo fue miedo y sumisión; todo fue una inmensa mentira con fecha de caducidad.
* Texto publicado recientemente en granadasostenible
** Tratamiento del isópodo de la imagen es también de un servidor
4 comentarios
volandovengo -
David -
desde tierras delle Marche -
pero imparable siempre suena en el ambiente la bruta melodia de la frase de los hermanos Marx..."màs madera", el tren no para, irremediablemente va a toda màquina
lauzier -