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volandovengo

22 de octubre

22 de octubre

El 22 de octubre quise escribir algo concreto sobre la vida contemplativa, concidiendo con el cumpleaños de mi hermano y el día de san Hilarión. Álvaro, al que siempre le llevaré un año, disfruta tan sólo de la coincidencia con este personaje. Hilarión fue un anacoreta interesante.

Soy amante de las biografías. Quizá no de los obras sobre personajes o vidas ejemplares más o menos noveladas, sino de retazos del devenir de las personas, hasta el punto de leer a un autor atraído por su vida, por sus circunstancias o desvaríos. Un escritor casi siempre me lleva a otro de su orbe o de su panteón particular. Así voy avanzando. Siempre a destiempo. Fuera de modas, estilos y convenciones.

Las vidas de los santos siempre han llamado mi atención. No por su santidad, que también, sino por su concepto del mundo, por su humanismo, por su particular guerra contra las "tentaciones". Tienen especial interés los mártires y, sobre todo, los anacoretas (otro tipo de martirio), (digamos, más surrealista). Ermitaños carismáticos como san Antonio Abad, san Simeón (mi favorito) o san Hilarión, del que voy a hablar.

Hilarión (Palestina, ca 291 - Chipre, ca 371) fue hijo de padres paganos, que lo enviaron a Alejandría para educarse en las escuelas de esa ciudad. Aquí se hizo cristiano y, atraído por el renombrado anacoreta San Antonio, se retiró al desierto y decidió dedicarse a la vida ascética eremítica. Regresó a su casa, repartió su fortuna entre los pobres, y se retiró a una pequeña choza en el desierto de Majuma, cerca de Gaza.

Su fe le llevó a efectuar curas milagrosas y exorcismos. Su fama se esparció por el lugar reuniendo en torno a su persona a numerosos discípulos y gente que venía a pedirle ayuda y consejos. Esto lo indujo a despedirse de sus discípulos y a regresar a Egipto para vivir en Bruccio, cerca de Alejandría, pero al oír que Juliano el Apóstata había ordenado su arresto, se retiró a un oasis en el desierto de Libia. Más tarde se trasladó a Sicilia y después a Epidauro en Dalmacia y a Chipre en donde, en una solitaria cueva, pasó sus últimos años.

El retiro de estos eremitas es tremendo. Son años y años alejados del mundo, apartados de su gente, limitando sus necesidades a la mínima expresión. Se resistían así a la tentación, a la maldad, al destino impepinable del hombre pecador. Su renuncia "pasiva", incomprensible hoy día, hace que me fije en la sombra de las nubes entre los árboles.


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