¿De qué tenemos miedo?
Sartre advertía de que el infierno son los demás. Para Amenábar los otros son los muertos o, mejor dicho, para los muertos los vivos. Mi discurso de hoy, sin embargo, es más mundano, es algo que se ve todos los días, cada vez más, al menos a mi alrededor. Y es algo que, sin ser observador o sociólogo apreciamos al subir al autobús (mi tema favorito, donde el entramado de mis días se desvanece y no hay dios que recoja el ovillo mientras se deshace esta madeja). Me refiero a que preferimos sentarnos solos que a compartir asiento con algún otro usuario.
Cuando nos montamos en el autobús y podemos elegir (qué poquitas veces), buscamos el asiento individual y no el doble. Si no queda más remedio, cogemos uno doble en la fila del pasillo para, el que venga a continuación, opte por compartir el asiento con alguien que no tenga que levantar o pasar por encima (a veces literalmente).
Lo que pasa, es que los demás peatones que se deciden por el transporte público, piensan como yo y no quieren compartir asiento. A veces nos quedamos de pie para evitar a un compañero de viaje.
Anne Tyler en El turista accidental (mejor la película que el libro) propone un magnífico decálogo para el viajero. En uno de sus puntos recomienda no olvidar un gran libro (de tamaño, no de bueno), leámoslo o no, para aislarnos de este vecino, generalmente molesto.
¿De qué tenemos miedo? Quizá no deseamos que nadie intente hablarnos en este devenir de autistas funcionales; quizá tememos a un posible siames obeso o que huela mal o que tenga caspa y se bata el cabello formando una repentina nevada de descamaciones y otros ácaros o que se meta el dedo en la nariz y dispare verdes píldoras de parabólico vuelo de difícil seguimiento o que se desprenda de algún pequeño trueno ventral y las miradas del respetable recaigan en ti que, sin comerlo ni beberlo, se te han sonrojado las mejillas por un justificado pudor ajeno o...
O puede que todo lo contrario, que seamos nosotros los charlatanes, los grasientos, los casposos, a los que se nos escapan los vientos o los que nos cantan los alerones. O tememos a la chica o al chico que comparta poltrona y piense que nosotros pensamos que él o ella piense que nosotros estamos pensando lo impensable. O tememos al señor o a la señora que nos mira de arriba abajo pensando lo pensable.
A veces nos levantamos, cedemos nuestro asiento, no por condescendencia sino por "librarnos" de nuestro partener. A veces disimulamos con el móvil o con el libro del protagonista de Tyler o pegando las narices al cristal para ver el caótico desarrollo de las obras municipales. Y, lo que es peor, a veces disimulamos cuando entra al autobús alguien conocido que tampoco quiere vernos y, quejándonos de nuestra mala suerte, hacemos por no habernos dado cuenta, hasta que nuestras miradas coinciden por algún leve error y no tenemos más narices (que también se miran) que, con una estúpida sonrisa, balbucear un saludo que siempre va a sonar hipócrita, que siempre parece lo que símplemente es.
Y tú ¿de qué tienes miedo?
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lauzier -
bukanero -