Blogia
volandovengo

Patrimonio flamenco

Patrimonio flamenco

El viernes estuve en Huétor Tajar invitado por los artistas. El viernes disfruté de un espectáculo que yo definiría imprescindible. El viernes además, terminó la noche con una copita y un tapeo bueno y abundante, casero, de pueblo, de Huétor (abundante en espárragos).

El sábado, al llamar al periódico, me dijeron que no había espacio ni siquiera para una breve nota. Así que con las ganas, me refugio en este blog, lamentándolo mucho, más por los actuantes y los organizadores que por mí.

Granada es una ciudad rica en flamenco, muy rica, me atrevería a decir. La tradición flamenca granadina está bien documentada desde la segunda mitad del siglo XIX, aunque podemos, sin ningún miedo, retrotraer esta fecha unos doscientos años hacia atrás, con nuestra herencia mozárabe, con el folklore autóctono, con la llegada de los primeros gitanos.

Sin embargo, es notorio el ninguneo, e incluso el desprecio, que hemos sufrido por algunos estudiosos, flamencólogos obtusos (Morente los llamaría flamencólicos), y aficionados patrioteristas, que no ven más allá de sus narices, pasando por su ombligo. Son flamencos de occidente que piensan que todo lo que se sale del triángulo Cádiz-Trana-Ronda es un sucedáneo.

Señores, ¿dónde queda Extremadura y dónde queda todo Levante, desde Málaga hasta Murcia? ¿Dónde dejamos los intérpretes del resto de España? ¿Dónde se queda Madrid, centro neurálgico y cuartel de invierno de todo el flamenco que se hace en la Península? ¿Dónde se queda Cataluña que cuenta entre sus hijos algunos de los mejores exponentes del flamenco actual?...

Juan Pinilla hacía referencia a parte de estas verdades tras un preámbulo de fandangos del Albaycín, de tangos del Camino y de granaínas. Un estudio reciente de Juan Vergillos sitúa el germen del flamenco en la provincia de Granada, el los primitivos fandangos locales de La Peza, con África la Peceña al frente, los de Güejar Sierra o los de la costa.

Juan Pinilla, cantaor ortodoxo, con eco añejo y un conocimiento enciclopédico, capaz de remedar a los grandes, enamorado del conocimiento y la transmisión, actuó como maestro de ceremonias. Sensi Martos, con más voluntad que eficacia, le ayudó en los cantes más festeros, en el jaleo y el compás. A la guitarra el hombre orquesta, el incombustible José Carlos Zárate, que suena como tres, que su oficio es casi tan grande como su corazón. A la percusión Manuel Vílchez. Un cajón que llegó a convertirse en una mosca cojonera por culpa del mal sonido. Una sonorización más que deficiente que afectó también al zapateado de las dos bailaoras, al taranto reposado y elegante de Rosa Zárate, vestida de perla, y a las alegrías de una tremenda Ana Calí, la sensibilidad y la estampa en un vestido de volantes, la poderosa presencia del baile por derecho.

Se hizo referencia a los viajeros decimonónicos y a los primeros turistas del veinte atraídos por la Alhambra y por los gitanos del Sacromonte y esa zambra enraizada de sangre y fuego que creara El Cujón a finales del XIX en el Humilladero.

Se habló de los Amaya (la gran Carmen, la barcelonesa nacida en el Monte granadino), los Maya, los Fajardo, los Heredia, La Gazpacha y la Golondrina. Se cantó y se bailó la cachucha, la alborea y la mosca (baile picante donde los haya).

Después de esta etapa preflamenca, vinieron los nombres propios de Cobitos y su delicada soleá apolá (que Pinilla ilustró con sumo gusto), el del Niño de Jun, el de Frasquito Yerbabuena, y sus imprescindibles fandangos, el de la saga de los Habichuela, Manolete, Mario Maya, Mariquilla... y la Granada tocaora. Y bailaora. Y cantaora.

Hablamos del festival de 1922 y la defensa de los intelectuales (Lorca, Falla), de la cueva de Curro Albayzín y su referente inexcusable y de la peña La Platería, la primera peña (desde 1949), el templo supremo del flamenco, un corazón vivo, un pulmón a pleno rendimiento.

Terminamos, cómo no, con Enrique Morente, que marca un antes y un después en este arte, el indiscutible maestro que sabe lo que canta, frente a los que cantan lo que saben (Gamboa). Innovador impenitente y aficionado hasta la saciedad. Modelo a seguir, maestro venerado e imitado. Creador de estilos y trapecista sin red. Alma sensitiva, corazón abierto, garganta privilegiada, oído finísimo.

Acaba el recital con las Canciones de la romería del disco Lorca que grabara Morente en 1998. Unos tangos morentianos que siguen con Fragmentos de la romería de Yerma, esas bulerías tan personales que Enrique nos lega y sigue por bamberas y no sé qué más.

Un final que podría ser el principio, pues el flamenco siempre está naciendo y los artistas de Granada son los que ocupan el Olimpo flamenco en la actualidad. Véase el caso de Manuel Liñán y de Eva Yerbabuena, Estrella Morente y los Habichuela, La Moneta y Marina Heredia...

0 comentarios