Cuento chino
Pedro Soriano cantaba eso de América demostró con su bomba en Hiroshima que la vida es un cuento chino. Pues bien, no voy a hablar de América ni de Hiroshima ni de bombas. Os voy a contar, sin embargo, un cuento chino.
Esta pequeña historia entronca con la mitología y la poesía, con la filosofía y con la explicación oriental de las cosas, que es una forma de interpretar lo sobrenatural y lo desconocido por medio de ejemplos cotidianos, de anécdotas de andar por casa. En primer lugar, para ponernos en situación, habría que decir que en China, entre los dioses, entre lo divino, se encuentran una serie de animales celestiales que ayudan a éstos en su tarea. Y estos animales celestiales son simplemente los que tienen cuernos.
Así en el cielo amarillo se encuentran las vacas y los búfalos, el rinoceronte y el caracol. Pero también la serpiente, el dragón o la gallina. Incluso el pez retoza entre nubes. ¿Cómo lo hacen? Pues muy fácil: representando a estos animales con cuernos. De forma que la bóveda celeste está habitada por animales cornudos, los tengan o no los tengan en la realidad mundana.
«Un buen día, el dios celestial, se acordó de los hombres. Un buen día envió a su súbdito el buey, cornudo donde los haya, para averiguar la situación y los problemas de los seres inferiores. Fue hace mucho, mucho, tiempo. La mayoría de las cosas de la tierra aún no tenían nombre. Los hombres trabajaban de sol a sol. Sin descansar apenas. Y comían lo que podían. Devoraban como los animales más voraces. Comían sin freno. Necesitaban alimentarse sin parar para sobrevivir.
Nunca, los habitantes de la tierra, habían visto un buey, cuando éste se les apareció y les interrogó por sus cuitas. Que cómo va el mundo. Ellos sólo tenían una queja (la queja eterna) el trabajo. No hacían nada más que trabajar para bien comer. Trabajar sin descanso para medio alimentarse. El cornilargo subió al cielo y explicó lo que había visto y oído de los hombres. El dios misericordioso, cuando terminó de escuchar, dictó sentencia. Sólo tendrían necesidad los humanos de comer una vez al día y de descansar en tres momentos.
El buey (oído el cielo); bajó a traerles a los hombres (a traernos a los hombres) la buena nueva. Todo orgulloso y feliz, el enviado divino, reunió a los hombres y les dijo que tan sólo deberían descansar una vez al día, pero que era necesario comer tres veces para estar alimentados. Los hombres pensaron que la propuesta no era tan divina (su dios sería de Granada). Como es fácil colegir: el buey se había equivocado.
Al subir de nuevo al cielo, satisfecho como un marrano en un charco por haber cumplido su misión. El dios protector le tiró de las orejas. Pero qué has hecho alma de cántaro, le dijo. Has estropeado la noticia. Ahora tendrán que trabajar hasta que se ponga el sol para poder comer tres veces en una jornada. Así que, continuó el señor del cielo, baja y quédate junto a los hombres y trabaja con ellos. Ayúdalos en su tarea de abrir surcos, de sembrar, de recoger...
Y así, desde ese momento, el buey estuvo junto a los hombres y su trabajo, facilitando las tareas más pesadas, para poder comer por la mañana, al mediodía y al atardecer (y sólo descansar por la noche)».
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lauzier -