Abstenerse ortodoxos
Flamenco viene del sur
La primera idea que se nos viene a la cabeza es la desnudez. La desnudez de un bailaor que no esconde nada, que se ha puesto el compás por montera, que viene de vuelta; la parquedad de un escenario excesivamente oscuro y vacío, tal vez gélido; el minimalismo de un baile medido, tan sólo apuntes matemáticos, tan sólo arrebatos, impulsos, espasmos perfectos. Es posible confundir el baile de Andrés Marín con el de su paisano Israel Galván porque los dos tienen el mismo lenguaje, porque trascienden el flamenco, lo desnudan y, antes que elevarlo a las incomprensibles esferas de la élite, lo popularizan. El tiempo lo dirá.
Como trasfondo, la historia del flamenco centrado en tres momentos, en tres cafés de tres ciudades, Sevilla, Málaga y Granada. En la mesa de la taberna, con un vaso de vino se fragua todo, con un cubilete de dados emana un cante telúrico, más humano que divino, pues sabemos que dios no juega. No se busca el colorido, sino la sombra. No la fiesta, sino la pena.
Comienza Marín “El alba de un nuevo día” ilustrando los números del azar, el seis, el nueve, el doce… con un vídeo de fondo que trata de orientarnos o confundirnos. Y comienza la trilla, el cante primitivo en el sevillano Café Kursal. José Valencia releva a Falcón y hace martinetes. Andrés baila los silencios. Canta con su impresionante juego de pies. Hasta a su sombra le cuesta seguirlo. Se impone una soleá de Triana arropada con piano y la seguiriya se nos presenta en una plataforma elevada, mientras cientos de cabezas otean desde las imágenes al fondo. Es su pieza más ortodoxa. Es el compendio de lo hecho y lo que queda por hacer. El piano y la guitarra se suceden. A veces se acoplan.
Ya sabemos que en general el baile no interfiere. Andrés parece que aporta una explicación plástica del cante por venir y se sienta o hace mutis, para dejar que la música complete la faena. Y el vídeo se va repitiendo con Chaplin haciendo de camarero.
El “Café de Chinitas” se versionea con el piano. Estamos en Málaga. La caña da paso a los abandolaos que, por primera vez, preceden a la malagueña, que es de Manuel Torre. Falcón y Valencia derrochan sensibilidad cantándola al alimón. El martilleo constante del zapateado es hipnótico, necesario; el equilibrio perfecto.
Seguimos hacia levante. El taranto, la taranta, la granaína. El Café Suizo es un “Jardín abierto para pocos”. Coronel es un gran percusionista que, como decía Juan Carlos Romero, su mayor cualidad es no “molestar” (en el buen sentido). Antonio es preciso y envolvente. Opta por un pandero y no una caja, adoptando una presencia sin estridencias. Granada se identifica con el sonido del agua en un cubo de zinc, que da pie a unas bulerías morentianas, mientras al fondo se desmorona el país con tintes políticos, y la charanga de una batería cierra el concierto que se abrocha con una toná y unos acordes de piano que nos devuelven inevitablemente al comienzo de la historia.
* FOTO: Andrés Marín este verano en el Corral del Carbón (© Nono Guirado).
2 comentarios
volandovengo -
Personalmente es el baile que más me interesa. El que posiblemente sigue la estela de Vicente Escudero y lo secundan Belén Maya, Israel Galván, Mercedes Ruiz o Manuel Liñán.
cuti -