Cuando el trío suena
XVI Muestra de Flamenco. Los Veranos del Corral – Dorantes
No hay como una gran banda para improvisar. David Peña Dorantes, aunque ya estuvo en el Corral hace bastantes años con Eva Yerbabuena, es la primera vez que viene como solista. Desde un primer momento sabe que entra en una cajita de bombones, un escenario “precioso”, según sus palabras, en una ciudad “preciosa” y con un público “precioso”. Con apenas 250 localidades en el patio nazarí, cualquier concierto se convierte en familiar, en un recital entre amigos y para los amigos. El espíritu del Carbón es ese, desde sus inicios. El músico, los músicos, tienen hora y media para exponer sus intimidades, para confesarse, sobre todo a ellos mismos, para comulgar con un público entregado, al que un sonido y unas luces medidas al extremo lo envuelven. El artista se desnuda. Se juega todo y no se juega nada. Expone sus cartas: un poquito de lo vivido y un poquito de lo por vivir.
Dorantes lo tiene claro y se calza guantes de algodón para hacer algo nuevo e irrepetible, de notas y melodías que se agolpan en su cabeza, pero también de las músicas que le dictan los hados en el momento.
Con una formación clásica y rompedora, con un carácter abierto y contemporáneo, pero sobre todo con un espíritu libre, el pianista lebrijano, se deja llevar y, arropado por dos cómplices, Francis Posé al contrabajo y Javier Ruibal a la batería, que vienen acompañándolo de antiguo y están perfectamente compenetrados, va hilvanando un tema con otro, bordando una noche machadiana.
A decir verdad, el jazz se impuso al flamenco. Salvo un guiño a la zambra caracolera en la pieza de apertura y alguna solapada incursión en la fiesta o la nana, todo fue libre creación jazzística.
Haciendo un ejercicio mental, también podríamos distinguir aires de guajiras en el segundo corte. Pero no nos engañemos, el flamenco está en la sangre de este músico, el pellizco está asegurado y el ole se escapa casi sin querer. Dorantes se asoma a los ritmos caribeños, como se asoma al bolero o a la balada.
El baterista toca con escobillas o con la mano abierta, que es la mejor forma de estar sin estridencias. El contrabajista es discreto, pero cuando le toca el turno de improvisar va cantando sus notas a la par que acaricia las cuatro cuerdas. Ambos con solos memorables.
Aunque también, en cierta manera libres, el trío no dejó de asomarse a composiciones ya grabadas, de su tercer y último trabajo discográfico en especial (Sin muros, 2012). Como Errante, unos tangos dedicados a los gitanos de Sevilla, interpretados en el disco por José Mercé; o la bulería Sin muros ni candados, en los que rasca las tripas al piano y el bajo es tañido con arco y los timbales conocen las baquetas de peluche.
Es el espíritu que le guía. El nomadismo de su pueblo ya no es físico y en carreta, sino anímico y creativo. Sin muros quiere decir sin ataduras, sin un destino definido, pero con un claro pasado, con una conciencia de raza y con la seguridad de que todas las músicas tienen un mismo nexo de unión.
Después de los aplausos, como regalo, Dorantes interpretó el Orobroy, tema identitario del compositor sevillano, perteneciente al disco del mismo nombre de 1998.
* Foto de Joss Rodríguez©.
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