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volandovengo

Para combatir el calor

Para combatir el calor

Hay pequeñas enfermedades, a veces inconfesables de tan nimias, que vienen a ser como las almorranas, para sufrir en silencio. Una pequeña artrosis que se manifiesta en los cambios de tiempo, ardor de estómago que retuerce cuando la comida no se asimila como se debe, el esperma vago que entra dentro de los secretos de alcoba, la alitosis que se aplaca con caramelos de menta, la caída del cabello, sin ser tiempos de berenjena, que duele como el oído, los michelines, las cartucheras, esa grasa que se pega como un perrillo faldero al que no podemos dejar en casa...

El calor que remite en un verano atípico, de altibajos como nunca, es pues como una pequeña enfermedad personal, intransferible, solapada, que se manifiesta a través de los poros y las bajadas de tensión. Los vestidos empapados, el olor de pies y el de los alerones, el cansancio supino, la imposibilidad de pensar, el agua en la nevera, el botellín en el bolso, los bellos quitasoles, las sombras abarrotadas, las calles desiertas, el abuso del aire acondicionado, las heladerías, las terrazas de verano, la poca ropa y las piernas largas.

La mejor forma de combatir el calor es impepinablemente estando de vacaciones. La playita o la piscina, la sombrilla, el chiringuito, el tinto de verano o la cervecita fresca (perdón por el epíteto) (aunque algunos pueblos bárbaros se la toman caliente) (los celtas la trajeron a España).

Hay muchas normas que funcionan más o menos. No hay reglas. Cada uno emplea lo que le sea más efectivo. Cada uno tiene sus armas. De cualquier manera, aunque se combata, el calor se traga (o nos traga).

Fernando no entendía a los extranjeros que se quejaban del calor que hace en Sevilla. Él decía, "pues que vayan por la sombra". El extranjero salmonete (no todos los foráneos) suelen salir a la hora en que las lagartijas llevan cantimplora y no advierten que bajo la marquesina se reducen los grados y no afecta al riego.

Mi sistema consiste en moverme lo menos posible, caminar despacio y por la sombra, aunque el camino sea más largo ("El descubrimiento de la lentitud" que poetizaba Enrique Ortiz), beber buchitos de agua cuando se puede (no suelo beber mucha agua) (soy un poco camello) (el agua abundante, no me sienta bien). La cervecita que no falte o el agua fría o el vinito blanco, que entra de bien... La ducha (o las duchas) diaria.

Y siempre los amigos, la conversación calma (no acalorada), las manos bajo la mesa y los ojos encendidos.

* ILUSTRACIÓN: "El quitasol", 1777, Museo del Prado (© Goya)


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