Una anécdota sobre la sopa
De un libro que publiqué por encargo hace algunos años: "Herencia de la cocina andalusí" (2001), recreo "Una anécdota sobre la sopa", que a su vez la refirió Amin Maalouf en su gran León el Africano.
El sultán de Granada, el depravado Abu-l-Hasan (Granada, 1214-Túnez, 1286), reunió una mañana a los más fieles entre su séquito en el patio de los Arrayanes de la Alhambra para que asistieran al baño de Soraya, Isabel de Solis, a quien eligió de entre sus esclavas cristianas a cambio de su esposa Fátima, que pasó a un segundo plano en el harén.
Una vez acabado el baño, bajo la mirada atenta de los nobles seleccionados, el príncipe invitó a cada uno a beber un pequeño tazón del agua purificada de la que acababa de salir su amada.
Todos comenzaron a extasiarse y a encumbrar, en prosa y en verso, el maravilloso sabor, el gusto tan exquisito que había adquirido el líquido que albergó las abluciones de la hembra divina.
¿Todos? Todos no. El visir Abu-l-Kasem Venegas (de los Venegas de Granada), lejos de inclinarse sobre la piscina, permaneció hierático, digna y silenciosamente en su sitio sin mover un ápice. La mano en la barbilla y el pie derecho ligeramente adelantado.
Tal actitud no escapó al sultán que, manifiestamente amoscado, le preguntó la razón al desvergonzado.
El visir Abu-lKasen dijo sin que ni siquiera le temblara el bozo: “Majestad, temo que al probar la salsa me apetezca de pronto la perdiz”.
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