Intrusos
Hace un par de domingos estuvimos en la sierra de la Alfagüara con Juan. Concretamente en el paraje conocido como Puerto Lobo. Fuimos con la intención de visitar el parque cinegético para enseñarle al niño algunas rapaces en cautividad y, con suerte, las cabras montesas que allí, cercadas, a veces visitan a los visitantes.
Al llegar, había desaparecido el hospital de aves y el inmenso cercado en el que se protegían los venados. Dimos algunas vueltas, disfrutando del paisaje, de cualquier modo. Hasta que vimos a una guardesa, o algo parecido, que, ante nuestra pregunta, aclaró que con la gripe aviar de hace unos años habían tenido que desmantelar las jaulas, y que, las cabras, ya totalmente adaptadas y recuperadas, corrían libres por el monte.
Nos alegramos, creo.
Antes de irnos cogimos unas piñas, para adornar las macetas del patio y evitar que los gatos las cojan como arenal para sus deposiciones, las guardamos en el maletero y nos fuimos a comer (estupendamente) a un merendero cercano.
Al volver al coche, las hormigas corrían por los asientos y la guantera. Las piñas traían intrusos.
No tan grave como esa pareja que trajo un tronco del Brasil y, en la bola de su base, se ocultaba un nido de tarántulas. O cuando Mari Carmen se tragó una culebrina de casi un metro bebiendo agua en un manantial de la costa. O esa familia que adoptó un perro bien feo en el Sahara y a su vuelta lo llevaron para determinar su raza y el veterinario, tan aséptico como profesional, dijo impertérrito que no se trataba de can sino de roedor. Una rata del desierto, para ser exactos.
O cuando Rafa estuvo en las selvas americanas (Perú y Bolivia) y, por las noches, ya de vuelta, escuchaba ruiditos en su cabeza. En el hospital, le extrajeron dos larvas del coco.
Por medio de algunas lecturas y documentales de televisión conocía este extraño comportamiento de parasitismo animal. En algunos reportajes he visto como algunos insectos dejan sus huevos en cadáveres de otros animales o incluso en seres vivos para que sus larvas queden amparadas durante el crecimiento, asegurándoles así la subsistencia hasta que llega el momento de escapar, como gusanos o entes alados.
Siempre me ha parecido un poco repugnante. Pero así es la vida: sufrir, morir, para que otros puedan vivir. Entre los seres humanos, estas escenas se dan continuamente, pero lo de los huevos es metafórico (¿o no?).
Las pulgas, que pululan en algunos lugares exóticos, esperan al hombre descalzo y se introducen entre las uñas de los pies y depositan allí sus huevos para reproducirse. Dicen que el dolor es insoportable. Es como el continuo encender de una llama, el latigazo constante de un fósforo en una parte sensible y desprotegida de la piel.
El gusano de Guinea, aunque nadie muere por ello, va creciendo aferrado a su víctima alimentándose de ella hasta alcanzar aproximadamente un metro de largo. Los pies se resienten ─cuenta Graham Greene ─; pero, si se meten en agua, puede verse cómo las larvas se desprenden. Es preciso encontrar el extremo del gusano, que se parece a un hilo de algodón, y enrollarlo alrededor de una cerrilla. Luego, hay que separarlo cuidadosamente de la pierna, sin que llegue a romperse. A veces, se prolonga casi hasta la rodilla.
En el medievo para extraer la tenia se impedía al paciente beber agua durante varios días, al cabo de los cuales se le ataba bocabajo a medio metro del suelo. Bajo su cabeza, en el piso, un cubo lleno de agua esperaba a que la tenia sedienta saliera por la boca del enfermo y se arrojara al recipiente acuoso. Desagradable pero bastante eficaz y no muy doloroso.
Estando en el campo, al cuidado de la cocina para varios acampados, descubrí, bien avanzada la quincena, que el bacon que extraje para laminar y freír aquella noche estaba plagado que milimétricos gusanos blancos que se estaban dando un banquete envidiable. Eran los descendientes de unas grandes moscas que se resistían a abandonarnos. Tiré la carne al fuego, celebrando un holocausto particular, no se lo comenté a nadie y comimos salchichas con tomate.
Yo, por mi parte, ayuné un par de días y me prometí comprar la panceta, desde ese momento, en lonchas y envasada al vacío.
*En la foto he puesto una imagen del Amazonas, porque el retrato de cualquier parásito se me antojaba harto desagradable y, desde luego, posiblemente prescindible.
4 comentarios
volandovengo -
n0n0 -
Algún día te hablaré del críalo, um primo del cuco que también parasita los nidos de otros, urracas sobre todo, para que le saquen la prole adelante, y con actitudes bastante mafiosas.
volandovengo -
Jesús Lens -