Deconstruyendo el flamenco
57 Festival Internacional de Música y Danza de Granada
Siempre lo he dicho, la forma más coherente y respetuosa de innovar en el flamenco es avanzar mirando hacia atrás, no perder el norte, abonar nuestras raíces. Flamenco XXI: Ópera, café y puro supone una vuelta de tuerca en nuestro arte, un salto cualitativo hacia la modernidad y la vanguardia, sin olvidar ni por un momento a quienes sembraron las semillas. Tanto es así, que el sonido, lógicamente pregrabado, el cuerpo de músicos y cantaores, lo componen Manuel Vallejo, La Niña de los Peines, Juan Varea, Antonio Mairena, Niño Ricardo o Sabicas, entre otras muchas joyas de este arte.
También cuentan con el zapateado y a veces el mimetismo coreográfico de Antonio el Bailarín, Vicente Escudero o Carmen Amaya. Son muchos los que han querido desmontar el flamenco en escena, muchos los que han querido partir de lo añejo para exponer su revolución, léase Belén Maya, Israel Galván o Rocío Molina, pero nadie hasta ahora ha fusionado la pizarra con la fibra de vidrio en una misma composición, nadie comienza con la danza española para, acto seguido, ponerse en la órbita del transmetal. Algunas propuestas ya venían dadas, como las colaboraciones de Sabicas con Joe Beck en Nueva York o hill o’ the wisp de Miles Davis sobre Manuel de Falla y el Ensayo sobre el fuego. Sólo había que interpretarlas, con una mente abierta, con un minucioso conocimiento, con una técnica desbordada. Resultado, Flamenco XXI, una obra coral, fresca y distendida; muy trabajada y con mucho talento; donde, los veinticuatro artistas en escena son excelentes. Nadie se queda descolgado, no hay peros que valgan. Y, como prolongación del título, Ópera, café y puro, hace referencia a la época dorada del flamenco, a los cafés cantantes, de donde proceden todos los número uno para prestar su voz y sus dotes a este espectáculo.
Una gran labor de rescate. Inmejorable la forma de destilar el baile, de liberarlo de sus corsés clásicos, y, sin abandonar la raíz, como digo, llevarlo a un definido extremo de vanguardia. Se copian los guiños de entonces, se remedan sus actos, sus bailes, sus intenciones. Una gran labor el diseño del vestuario de Dospormedio y la caracterización de los personajes Rescatamos la escuela bolera, el baile español, la escuela sevillana, y la fundimos con el jazz, con la danza contemporánea, de la cual se abusa en varias ocasiones. Creo que es una manera de acceder a todos los paladares. Pienso que es la forma de acercar, el baile sobre todo, a quien lo encasilla en la queja y el volante.
Son dos partes bien definidas. En la primera se muestra la tradición y el deseo de traspasarla, de romper. Los moldes se van deshaciendo por sus costuras. Unas tonás sirven para presentarnos los personajes y ponernos en conocimiento de su buen hacer. Las producciones corales, conseguidas, no pretenden ser simétricas, sino equilibradas. Los movimientos de uno se imbrican en la pose del otro, lográndose un continuo agradable. En Café para piano apreciamos algunas individualidades, reflejo de nuestros mayores, dignas de elogio. Desde este momento, la ironía y la comicidad se añaden al conjunto, siempre bienvenidas en la manifestación de un arte de por sí serio y umbrío. La luz, aunque cierta, sigue siendo tan escasa como el recuerdo. Nos persigue la penumbra del flamenco. Siguen, en la misma tónica, las propuestas de Soleá, ópera y cine, con pasajes muy aplaudidos. Las milongas se presentan con cigarro, y La gran seguiriya es delicada y sabrosa. Después del intermedio, la obra se desboca, ya no hay paso atrás, el pasado está aprendido y demostrado. La electrónica impera.
Se impone un continuo ritmo de seguiriyas machacón, infernal, contagioso. El flamenco es pura esencia. Sus propuestas se estiran, sin llegar a partirse, hasta sus límites. Pasaje 2 es la farruca definitiva. Tres bailaores y una bailaora con bata de cola ponen toda la carne en el asador. De ahí al cielo. El espectáculo va creciendo en intensidad. El flamenco parte del día y de la hora que se estrenó esta obra, en Málaga en Flamenco 2007. La danza del fuego de Davis es espectacular, recuerda cuando Zappa interpretó el Bolero de Ravel. Un toque oriental tiene la zambra. El romance y el final mantienen el este buen nivel.
También cuentan con el zapateado y a veces el mimetismo coreográfico de Antonio el Bailarín, Vicente Escudero o Carmen Amaya. Son muchos los que han querido desmontar el flamenco en escena, muchos los que han querido partir de lo añejo para exponer su revolución, léase Belén Maya, Israel Galván o Rocío Molina, pero nadie hasta ahora ha fusionado la pizarra con la fibra de vidrio en una misma composición, nadie comienza con la danza española para, acto seguido, ponerse en la órbita del transmetal. Algunas propuestas ya venían dadas, como las colaboraciones de Sabicas con Joe Beck en Nueva York o hill o’ the wisp de Miles Davis sobre Manuel de Falla y el Ensayo sobre el fuego. Sólo había que interpretarlas, con una mente abierta, con un minucioso conocimiento, con una técnica desbordada. Resultado, Flamenco XXI, una obra coral, fresca y distendida; muy trabajada y con mucho talento; donde, los veinticuatro artistas en escena son excelentes. Nadie se queda descolgado, no hay peros que valgan. Y, como prolongación del título, Ópera, café y puro, hace referencia a la época dorada del flamenco, a los cafés cantantes, de donde proceden todos los número uno para prestar su voz y sus dotes a este espectáculo.
Una gran labor de rescate. Inmejorable la forma de destilar el baile, de liberarlo de sus corsés clásicos, y, sin abandonar la raíz, como digo, llevarlo a un definido extremo de vanguardia. Se copian los guiños de entonces, se remedan sus actos, sus bailes, sus intenciones. Una gran labor el diseño del vestuario de Dospormedio y la caracterización de los personajes Rescatamos la escuela bolera, el baile español, la escuela sevillana, y la fundimos con el jazz, con la danza contemporánea, de la cual se abusa en varias ocasiones. Creo que es una manera de acceder a todos los paladares. Pienso que es la forma de acercar, el baile sobre todo, a quien lo encasilla en la queja y el volante.
Son dos partes bien definidas. En la primera se muestra la tradición y el deseo de traspasarla, de romper. Los moldes se van deshaciendo por sus costuras. Unas tonás sirven para presentarnos los personajes y ponernos en conocimiento de su buen hacer. Las producciones corales, conseguidas, no pretenden ser simétricas, sino equilibradas. Los movimientos de uno se imbrican en la pose del otro, lográndose un continuo agradable. En Café para piano apreciamos algunas individualidades, reflejo de nuestros mayores, dignas de elogio. Desde este momento, la ironía y la comicidad se añaden al conjunto, siempre bienvenidas en la manifestación de un arte de por sí serio y umbrío. La luz, aunque cierta, sigue siendo tan escasa como el recuerdo. Nos persigue la penumbra del flamenco. Siguen, en la misma tónica, las propuestas de Soleá, ópera y cine, con pasajes muy aplaudidos. Las milongas se presentan con cigarro, y La gran seguiriya es delicada y sabrosa. Después del intermedio, la obra se desboca, ya no hay paso atrás, el pasado está aprendido y demostrado. La electrónica impera.
Se impone un continuo ritmo de seguiriyas machacón, infernal, contagioso. El flamenco es pura esencia. Sus propuestas se estiran, sin llegar a partirse, hasta sus límites. Pasaje 2 es la farruca definitiva. Tres bailaores y una bailaora con bata de cola ponen toda la carne en el asador. De ahí al cielo. El espectáculo va creciendo en intensidad. El flamenco parte del día y de la hora que se estrenó esta obra, en Málaga en Flamenco 2007. La danza del fuego de Davis es espectacular, recuerda cuando Zappa interpretó el Bolero de Ravel. Un toque oriental tiene la zambra. El romance y el final mantienen el este buen nivel.
6 comentarios
volandovengo -
Lens -
volandovengo -
Lens -
volandovengo -
Jesús Lens -