Tres momentos
Mis días están asegurados. La sonrisilla simplona de felicidad sin pretensiones se apodera de mi rostro cuando veo a mi hijo, cuando lo oigo, cuando pienso en él.
Es una alegría verlo aprender, verlo crecer en sabiduría y estatura. Es una responsabilidad por encima de cualquier cosa. Todo lo ve, todo lo imita. La mejor educación es el ejemplo, la empatía, el control de uno mismo, la observación de valores positivos.
Un niño, cuando es un niño, es un tanto por ciento bastante elevado de sus padres, de su entorno cercano, más que de la herencia, de las condiciones innatas o de la educación impuesta.
Cuesta, pero evito decirle no. Cuesta, pero evito levantar la voz. Cuesta, pero me arrodillo a su par y crecemos juntos como compañeros, cómplices en secretos, conocimientos y trivialidades.
Nos van las canciones, las rimas, los cuentos, la imaginación, el humor...
Pienso en algunos momentos que tienen mucho que ver con la actividad del flamenco.
Primero (en la fotografía superior)
Estuvimos en Chiclana y la casualidad hizo que compartiéramos mesa con algunos flamencos, como Rancapino, Antonio el Pipa o Manuel Molina, el de Lole y Manuel, con todo su carisma e inaccesibilidad. A Juan le habíamos comprado una flauta que le servía para desfogar. A Manuel le cayó en gracia y, a la hora de los aperitivos, se sentó con él e intentó explicarle la forma de tapar los agujeros, y quien sabe si no improvisó un poema por bulerías.
Segundo
Ya lo he referido en alguna otra ocasión. Juan, al ver a su padre que acude a los espectáculos con un boli y una libreta, acude al cine con los mismos instrumentos. Aún no sabe escribir (bueno, escribe su nombre y la "F" de su apellido y distingue las vocales), pero garrapatea dos o tres páginas con todo interés y devoción (y ni siquiera se mancha las manos de tinta como un servidor).
Tercero
Estábamos viendo a Juan Pinilla en el Sacromonte cantando una seguiriya y oyendo el desbarajuste de oles a destiempo y sin gracia de cuatro extranjeros, cuando le digo a Juan que lance su ole cuando suave le apriete la pierna. Una sincronización perfecta hizo que su grito sonara alto y claro, justo en el momento oportuno. Todos rieron y aplaudieron por dentro. Los entendidos felicitaron el sentimiento. El cantaor se animó reconociendo a su joven tocayo.
2 comentarios
volandovengo -
Jesús Lens -