El beso robado (2)
Ángel
No sé cómo empezar. Me gusta Lidia. La quiero. Pero a veces me pone las cosas muy difíciles. La otra tarde quería que estuviéramos solos como una pareja normal. Que fuéramos al cine, tomar algo y todo eso. Y hablar. O no hablar. Simplemente estar juntos, mirarnos, cogernos de las manos, darnos un beso (o cien) y, quizá, fuese la noche apropiada para que me invitase a subir a su casa… Pero no. Se tuvo que presentar con Mónica. Siempre Mónica. Parece su sombra. Estoy harto. Con ella no podemos hacer nada. Ir como amigos, como a los diecisiete años. Y no es que me caiga mal. Mónica es divertida. Y, bien mirado, está hasta buena. Que tiene un culo… No me importaría en un momento dado quedar con ella. Pero hay días y días. Y ese día era especial. Se podía haber quedado en su casa o salir con María del Mar y Daniel, que hacen un buen trío. Daniel dice, sin embargo, que tengo suerte. Que por el precio de una tengo dos. Que me aproveche. Que no sea tonto. Cómo si fuera tan fácil… Lo dicho, estábamos en el cine. Un peliculón de los que me gustan. Futurista. Aunque a las niñas no les gustó mucho. Yo creo que no se enteraron ni de la mitad. Están en Babia. ¡Así son ellas! Mientras no haya amores y lágrimas, las películas no son buenas. Lidia tenía las palomitas sobre su falda. Yo me demoraba en coger, así estaba más cerca de sus piernas. Su mano libre agarraba la mía y yo, la suelta, la llevaba del paquete a la boca. En un momento, Mónica me cogió de la mano. No sé por qué. El corazón se me aceleró pensando si fue adrede o sin querer. Lidia se dio cuenta de todo menos de mi sonrojo, por la oscuridad del cine. Menos mal que estaba oscuro. Por instinto retiré la mano rápidamente. Cuando salimos fuimos a una pizzería a comer alguna cosa. Lo propuso Mónica. A mí me pareció bien. Siempre tengo hambre. Además, necesitaba tiempo para reflexionar, para aclarar que yo no tenía nada que ver con esa provocación, con ese manoseo. Después de comernos un par de pizzas entre los tres (no quisieron ensalada ni ninguna otra entrada), Mónica se fue al baño y Lidia aprovechó para echarme en cara lo de las “manitas” que hicimos delante de sus narices. Que se nos vio el plumero, dijo ella. Fue una casualidad, dije yo. Metimos las manos al mismo tiempo y se rozaron sin querer, proseguí. Parece que cada cosa que decía empeoraba la situación. Esto es como lo de los abogados: cualquier cosa que digas puede ser utilizada en contra tuya. Además, le dije ya ofendido, si no te fías de tu amiga no haberla traído, que nos ha jodido la noche encima. Ella dijo que era un cabrón y dejó de hablarme. Cuando se enfada sin razón me pone atacado. Se calla y que yo le adivine el pensamiento. Quien tenía que estar enfadado era yo. Así que también le hice el vacío. Me quedé como un muerto. Cuando llegó Mónica intenté sonreír pero no me salía. Propuso ir a tomarnos una copa. Yo dije que mejor me iba. Lidia apoyó mi decisión. Así que, al final, no me fui. Y Lidia tampoco. No hablamos nada en aquel pub incómodo y caro que le gusta a Mónica. Ella sí habló. Tonterías. Cosas de mujeres. Cuando acabamos, dije de acompañarlas, aunque sin ganas. ¡Maldita suerte! Las guié hasta la puerta de su casa y les dije adiós. Mi paciencia había acabado. Lidia me pidió un beso. Después de la noche que me dio va y me pide un beso. No, que va. Volví la cara y no le hice caso. Yo también quería besarla, pero no podía. Sería el estúpido orgullo que me lo impidió. Era necesario detenernos un poco y recapacitar. Necesitaba tiempo. Entonces me amenazó. ¡Eso sí que no! Así si que no se consigue nada. Dijo que necesitaba un beso, que si no era el mío sería el de cualquiera. Me volví con cara de quien dice “eres patética”. Y, en ese momento, un peluo soltó su mochila y le endiñó un beso en los morros a mi Lidia, que me dio un asco. Que me volví y, con el impulso y la rabia, le di un puñetazo con la mano abierta en toda la cara que se cayó al suelo, con su sonrisa de estúpido todavía puesta. Miré a Lidia con desprecio. Como con ganas de llamarla puta, de no sabes lo que haces. Me di la vuelta y me fui rápido.
* Ilustración de Nuria Quevedo para el libro "Casandra" de Christa Wolf, Círculo de Lectores, 1987.
2 comentarios
volandovengo -
Jesús Lens -