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Nuestro hombre en la sombra

Nuestro hombre en la sombra

Presentación del disco “Corral del Carbón” de Antonio Campos

Antonio Campos no es un cantaor que haya ocupado carteles, no es un flamenco de bandera, que se prodiga recitales, ni siquiera ha ganado concursos prestigiosos para tomarlo en cuenta. Sin embargo, Antonio Campos es un cantaor imprescindible para tratar del flamenco en Granada en esta última década. Curtido atrás, este granadino, nacido en Cataluña, ha cantado para algunos de los más prestigiosos bailaores de la actualidad, desde Isabel Bayón a La Moneta, desde Rocío Molina hasta Patricia Guerrero o Javier Barón. Desde hace algún tiempo, ¿dos, tres años?, comienza a sentarse alante para “hartarse de cantar con una sonanta que le haga volar y tener el soniquete por kilos”, según confiesa en su disco. Porque su salto a la boca del escenario ha sido por derecho, se la ha ganado a pulso, como José Valencia o, en otros tiempos, Chano Lobato. A Antonio le acompaña su voz potente y sus facultades, su seriedad y su compás y ese respetuoso estudio del flamenco que define a los buenos aficionados.

En verano de 2007, en los Encuentros Flamencos del Corral del Carbón, Antonio Campos tuvo una gran actuación, que fue grabada para componer un trabajo discográfico. En aquel entonces, en estas mismas páginas de Granada Hoy, definí la noche “de compás y entrega, de complicidad y de admiración”. Rodeado tan sólo de Dani Méndez, “uno de los guitarristas más creativos y sensibles de la nueva hornada del flamenco”, y Carlos Grilo y Luis Cantarote a las palmas, “una pareja de lujo, que lleva el compás jerezano en las venas”, nos brindaron una velada auténtica.

Ahora, para la presentación del cedé, que lleva el título de “Corral del Carbón”, que fue su cuna, se repite la actuación en el teatro Isidoro Márquez de Caja GRANADA, con algunas sorpresas. Refuerza el compás el gran palmero sevillano Bobote; y, para la soleá, descansa la guitarra del de Morón, y se hace acompañar de dos sensibilidades: al piano Pablo Suárez y José Luis López con el violonchelo. Es la única concesión a la vanguardia, al flamenco más esquinado. Aparte de esto, su tratamiento es de lo más ortodoxo.

El orden sigue el mismo esquema del primer recital, y por ende de la grabación. Comienza con un romance por bulerías, que es el que le da nombre al disco. Continúa con las malagueñas “Juanillo el Loco”, donde se acordó de ‘El Mellizo’, y se abandolaron con verdiales lucentinos y fandangos del Albaicín. Por Cádiz también fue tradicional, sin embargo su tratamiento tiene ese toque especial del cante de interior. Las soleares aludidas más arriba, aunque siguen el paralelismo de la grabación, no la calca. Además de ilustrarla con instrumentos sinfónicos, la termina con la soleá apolá, al estilo de Triana. “Santiago y Santa Ana” son las seguiriyas, que popularizó Manuel Torre, que dan paso a “¡Que ya está aquí!”, las bulerías finales, donde él mismo Campos, junto con ‘El Pulga’, firman la autoría de la letra. Como bis, un poquito por tangos, vindican su origen granadino.

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