Prueba superada
Hubo un condenado a muerte en madrugada de invierno. Cuando los guardias lo despertaron para dormirlo para el resto de sus días, es decir, de sus noches, el ajusticiado notó el relente. A uno de sus captores, el más complaciente, bonachón o aburrido, le pidió capa o manta, quejándose del frescor de la mañana, no quería que temblando de frío pensaran que era de miedo.
Yo experimenté el efecto contrario al salir a presentar el viernes el “X Festival Flamenco de Monachil”: el frío camuflaba el miedo. Siempre me pasa que cuando tengo que salir al escenario, la congoja me asalta. Hasta que pasan los primeros minutos y escucho las primeras risas y siento la complicidad del público, me siento como si estuviera atravesando un cable finísimo por encima de una catarata gigante.
Al final, sin embargo, le cojo tal gusto que me da pena que se acabe. Y, sobre todo, cuando me vienen felicitaciones y palmaditas en la espalda.
José Balao abrió la noche, con unas facultades desconocidas. Para una próxima operación ha adelgazado 22 kilos, lo que ha repercutido positivamente en el control de su respiración y en su eco flamenco, últimamente apagado. El presentador, es decir, yo mismo, dije que había perdido barriga, pero había ganado sabiduría. Empezó por malagueñas y abandolaos, que fueron de Granada. Después hizo una milonga, La baladilla de los tres ríos, de García Lorca, que le había pedido entre bambalinas. En los tientos-tangos evidenció su inclinación morentiana. Terminó con unos “fandangazos” de buena factura.
Juan José Garrido es un cantaor joven, que tiene la voz bonita y gusto en el fraseo, aunque su inmadurez aún es manifiesta. Con un repertorio eminentemente granadino, dejó su impronta. La soleá del Niño de Jun, los tangos del Camino y las malagueñas, rematadas con fandangos del Albaicín, fueron su propuesta. Unas alegrías de Córdoba, en las que se fue un par de veces, rompieron el monográfico.
Desde Málaga, José Parra, cantaor camaroniano donde los haya, bordó unos tarantos del maestro. No estuvo tan fino sorprendentemente en los tangos canasteros ni en las bulerías. No se encontraba bien físicamente. Las “almóndigas” de la tapa no le habían sentado bien.
Después del descanso, Isa Vega, bailaora de fuerza incombustible, plantó su palmito para colorear la noche con unas generosas soleá por bulerías. Su cuadro, eminentemente sacromontano, redunda en la justa medida que esta flamenca necesita. Al cante, Sara Heredia, a la guitarra, Antonio ‘El Chonico’, y a la percusión, ‘Luki’, hermano de la bailaora.
Judith Urbano está sentando las bases como cantaora a tener en cuenta. De momento tiene decenas de festivales a sus espaldas y se sigue santiguando para salir al escenario. Su voz es potente y grave y tiene presencia. Abre con granaína y media y cierra con tangos, cercanos a Marina (aunque ella dice que le inspira más Esperanza Fernández). Muy festera, completó su actuación con Alegrías y con fandangos de Granada.
Para terminar, Luis Heredia ‘El Polaco’ hizo gala de su poderío y de sus años. Su conocimiento y buen hacer recogen los mejores aplausos. Sus habituales romances por bulerías templan su entrada. Sigue con alegrías, acordándose también de Morente. A petición del respetable interpreta una vidalita. Después unos fandangos naturales (algunos a boca de escenario). Y se va por bulerías.
Las guitarras excepcionales del Festival fueron la del preciso Manuel Carvajal, de pulsión fuerte, que acompañó a Balao, Juanjo y Judith; y la del sonoro y dulce Ramón del Paso que arropó a José Parra y a Luis.
(El sonido, mejor que otras veces, pero sin llegar a estar fino.)
* Cuando me ponen detrás de un micro...
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