Otra vez la soledad
"Soledad... Yo no creo como ellos creen, no vivo como ellos viven, no amo como ellos aman... Moriré como ellos mueren".
Marguerite Yourcenar
Fechada el 14 de septiembre de 2001, encuentro una carta que le escribí a Jesús de Almería (ahora estoy en su casa), en la que me pedía un breve texto sobre la soledad.
Fue escrito a vuelapluma, impelido por la premura de tiempo con el que me lo pedía.
Llegó a utilizarlo, pero no recuerdo para qué.
La soledad
Un hombre se sienta en la cafetería un domingo a media mañana, mira el periódico y pide un café solo. Conoce el precio y paga por adelantado. Cuando termina, se asoma al abismo de la taza, donde unos granos de azúcar, que han quedado sin disolver, difícilmente se abren hueco entre los posos amargos de Colombia. Dobla el diario, que nadie más leerá, y se lo coloca bajo el brazo. Sin volver la cabeza, abandona la cafetería.
Entra en la calle, que está soleada, y comienza a andar. El bullicio de gente que pasa frente a él, en esta asolada mañana de domingo, lo desconcierta. Cierra los ojos. Los vuelve a abrir. Mira, pero no ve a nadie. El hombre está solo.
El camino recuerda que de su brazo anduvo alguien. El hombre recuerda quien le besaba en los labios. Sus ojos recuerdan que vieron en colores. Sus manos buscan en vano el filo de estos recuerdos.
La soledad camina descalza. Se acuesta, y siempre tiene los pies fríos. La soledad nunca está satisfecha. Empieza por una siseante “ese” y termina por una esbelta “de”. Se agarra a la garganta, anuda el pecho, desgrana el corazón, acorrala lentamente, hace añicos la voluntad.
El corazón es muy grande, pero el de algunos tiene eco.
Hay soledades, sin embargo, que son elegidas, desiertos de luz, bellos silencios. Los pájaros solitarios, como decía san Agustín, siempre se posan en la rama más alta.
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