María Pagés, de la saudade a la alegría
58 Festival Internacional de Música y Danza – Autorretrato
Los portugueses expresan con la palabra ‘saudade’ un profundo sentimiento que va más allá de la melancolía, pues encierra en el recuerdo la alegría de volverlo a vivir. Con una enorme nostalgia, María Pagés nos hace entrega de su montaje más íntimo, uniéndose así a una tácita cadena de bailaores y bailaoras que, en los últimos años, han dado por desnudar sus sentimientos. Por eso los comienzos parecen conocidos. Por eso, algunos momentos chapotean en el tópico. Como trasfondo, sin embargo, una María Pagés con muchas tablas, con un braceo bellísimo, y una de las compañías independientes más sólidas del panorama actual, que, aunque por Granada no se prodigue (su última actuación fue Canciones, antes de una guerra en 2005), es pieza imprescindible para componer el puzzle del flamenco en este comienzo de siglo.
María Pagés arrastra con ella un baúl de recuerdos y de palabras que, a borbotones, intenta acoplar en ese Autorretrato con puntos suspensivos. De forma que en la función tienen cabida los textos de Antonio Machado, Miguel Hernández, García Lorca y un enamorado José Saramago que presta su voz (directamente en portugués) para rellenar el silencio, que María baila sin más acompañamiento, siguiendo el compás de las palabras, como han hecho Manuel Liñán, Rocío Molina, Isabel Bayón y tantos otros.
Se abre la noche con la Solea del espejo. La trianera baila ante un espejo que persigue sus pasos, como si su reflejo fuera su partenaire, creando así un paso a dos virtual que se rompe cuando el azogue se para definitivamente. Es el comienzo de esa tristeza primigenia que tocará fondo con las Nanas de la cebolla de Hernández, con música de Alberto Cortés, donde Pagés expone el momento más emotivo de la noche. Por lo demás, ningún atrezzo, aparte de los cortinones negros que castigan sin sentido el decorado natural del Generalife y la aparición estelar (nunca mejor dicho) de la luna por el foro.
El cuerpo de baile (María Morales, Sonia Fernández, Isabel Rodríguez, Anabel Veloso, Emilio Herrera, José Barrios, José Antonio Jurado y Alberto Ruiz), perfectamente sincronizado, hace su aparición en el Estudio de Farruca que suena repetido si no fuera por la dimensión cíngara que le aporta el violín de David Moñiz. Un violín que constituirá el hilo de los sentimientos.
A esto le seguirán algunas otras entregas, con especial protagonismo de María Pagés y su mundo, como es de esperar. Ana Ramón e Ismael de la Rosa, con sus voces moduladas y precisas, dieron brillo a una música quizá demasiado plana.
Con el Trajín de María la bailaora saca el lado humorístico que caracteriza a todos sus montajes, y, con unos tanguillos, que compone y canta ella misma, da un giro de noventa grados y el espectáculo se llena de luz y color. El público, embriagado del sentimiento de un principio, estalla también en sus asientos y comienza a sonreír y a ovacionar sin pudor.
En los tientos-tangos, María se luce con todo su poder personal, dejando entrever las huellas de la escuela sevillana, enriqueciéndolo con un repiqueteo de castañuelas donde demuestra su maestría. Como también la pone de manifiesto con el vuelo fuerte y seguro del oro y negro de su mantón, con el que dan comienzo las alegrías de esperanza con que culmina esta introspección.
* Foto: Miguel Ángel González para el Diario de Jerez.
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