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Las intimidades de Eva

Las intimidades de Eva

Lluvia. Ballet Flamenco Eva Yerbabuena 

Lluvia es un trabajo íntimo, a veces desgarrado. Eva lo cuenta así: “Quiero sumergirme en un profundo y silencioso viaje, donde el miedo no impida que cierre los ojos, huela los recuerdos hasta calarme la vida y amasar el placer que, ausente de emoción, puedo degustar en este presente que vivo”. Es una obra gris, como el bajo estado de ánimo, pero lleno de luz, de explosiones de color, que dan lugar a la esperanza. Es una obra lenta, sin prisas, que se masca desde el principio y se saborea hasta el final. El mundo se detiene en una pose, en una falseta, en cada minuto de espectáculo.

Eva pone de manifiesto la soledad y el amor, y el desamor, que no es más que su extensión. Se sumerge en un mundo de ciegos y de sordos para experimentar sus sentimientos, para gozar con la grandiosidad de los demás sentidos. Así, con el tacto, con el oído atento o con la vista aguda, se va desmenuzando una función que tiene mucho de recuerdo y de ausencia, que no es nada más que la melancolía. “Porque a veces he tenido que callar y no lo he hecho. Porque a veces no me hubiera importado ser no oyente y poder comprobar aquello en lo que nunca he creído. Porque a veces existe una invitación que me arrastra con fuerza hacia esa puerta donde la imaginación habita”.

Veinte personas se alinean en el escenario, en filas imperfectas, inmóviles, con el latido monótono y sentido de la guitarra. Es un trémolo llamado El sin fin de la vida. Extraordinaria la música de Paco Jarana. Eva atraviesa descalza el patio de butacas y danza en la escena. De parternaire el suelo, el aire, el silencio. Por turnos, el cuerpo de baile, se va desperezando. Sus movimientos son pausados, esquemáticos, asimétricos. La huella contemporánea se adivina en esta coreografía. Una puerta ancha, el número 2 de una calle cualquiera, como único decorado de la función, se erige en el centro del escenario, algo desplazada a la izquierda. La rodea un muro ajado, que descubre sus ladrillos. Un lienzo traslúcido que esconde a los músicos como si fueran algo más del sueño. La puerta puede que esconda el flamenco más personal. Eva atraviesa el umbral y se sienta en los escalones, en las gradas que acercan la calle a la casa. Toda la fuerza, la intención de esta obra, se dibuja en esta escena, en la fotografía de la bailaora en el peldaño, triste, descalza, con las manos enmarcando su cara. Es la víctima del desamor, de la soledad y de esa introspección melancolía que los portugueses llaman Saudade. Es un momento de transición que en la obra se llama precisamente Peldaño.

La percusión crece. Las guitarras también estallan apuntando un ligero compás de seguiriyas, con una constante nota de fondo. Eva quiere bailar. Taconea en solitario, con movimientos laterales. Atraviesa el escenario, pero su imagen, nos la oculta otro bailaor, Alejandro Rodríguez, que se interpone delante, simbolizando la impotencia, “porque a veces he tenido que callar”.

Barro es una taranta que interpreta un impresionante Enrique el Extremeño y se baila con movimientos quebrados. Jeromo entona Soledades, una milonga que verá a Eva esconderse bajo la mesa y arrastrarse para no perder su refugio. Una de las sorpresas de la noche la encontramos con la mesa entre Eva y Alejandro, que bailan, pero no se pueden ver. Sus manos se tocan atravesando el tablero. Se abrazan, se evaden, juegan con la mesa como si fuera un bailarín más, inerte, impasible.

El baile se intensifica y se quiebra. Las dos bailaoras de la compañía, Mercedes de Córdoba e Irene Lozano nos hablan con signos. Un lenguaje de sordos que se repetirá más tarde. El escenario nunca está vacío. Es una de las constantes de Eva, un horror vacui, una constante imbricación de sonido, movimiento, imagen, que no deja resquicio ni para el aplauso.

A continuación se baila el silencio. Sin música y sin voz. Otro signo de impotencia. Son las Palabras rotas, frecuencias que se rompen definitivamente con la voz en off de Alejandro Peña e Isabel Lozano recitando El silencio hace daño cuando es puro, un poema de Horacio García escrito expresamente para este espectáculo. Vuelve el lenguaje de signos. Eva, en sus coreografías, huye de la simetría y busca el equilibrio, sin olvidar los movimientos paralelos de una buena composición.

En este momento la obra se dulcifica, el color se desborda. Eva aparece con otro estado de ánimo. De un baúl, del que saldrá un bailaor, Fernando Jiménez, extrae un vestido que se pone detrás de un biombo. El resto del cuerpo hace lo propio y comienzan los tanguillos La Querendona, dedicados a sus abuelos, Concha Ríos y José Garrido. La alegría se apodera de las tablas. El baile es también jocoso. En su solo, Eva ronea como en Carnaval. Los tanguillos terminan con aires de chirigota. Bien por la percusión de Manuel José Muñoz ‘El Pájaro’. Y, sin romper el ritmo, sin apenas respirar, las alegrías Lluvia de sal, que cantan todos los cantaores por turnos, y acaban a capela, terminan de construir la esperanza.

Como fin, o como principio, de esta historia interminable, la pena vuelve a reinar. Enrique el Extremeño aborda Llanto, una soleá que baila La Yerbabuena en solitario con vestido de cola negro, roto a los postres con un intenso mantón rojo de maravilloso movimiento. Por qué te vistes de negro, comienza Enrique su soleá, preguntando al tiempo que afirma. Es el momento definitivo. Estremece la pasional entrega de Enrique y la rotundidez extrema de Eva bailando por soleares, enrollada en la pena, protegida con grana. Pero la esperanza vuelve a asomar sus níveos dedos por una rendija entreabierta. Los sueños verdes vuelven en forma de bulerías, que son cuplés, un guiño al Compromiso de Antonio Machín (Pepe de Pura) o al Se nos rompió el amor de Rocío Jurado (José Valencia).

Se cierra el espectáculo, como empezó, con inmóviles figurantes en el escenario, mientras Eva hace mutis por el patio entre aplausos.

* Foto: © Patri Díez (Granada Hoy).

7 comentarios

volandovengo -

Lola, supongo que habría que darle las gracias a todos los que estremeció esta obra.
Es un montaje de madurez artística y personal, donde ya no sólo importa la exactitud y la belleza. Eva abre, con "Lluvia" una puerta a otra dimensión. A partir de ahora, se irá superando a sí misma.

Lola Maiztegui -

Una acertadisima manera de contar esta maravilla a quién no pudo estar presente.
Creo sinceramente que es el espectaculo más hermoso que Eva ha puesto sobre las tablas.
La belleza profunda que genera en tantas y tantas imagenes....
Gracias a ella y a ti por contarlo tan desmenuzadamente

volandovengo -

No fue para menos, Mario. Podía habe escrito mucho más. La obra la vi en Madrid, ahora en Granada, y no me importaría volver a verla otra vez.

Mario -

Lo has bordao, volandovengo

Lara Cano -

Sí, ya lo vi en el Granada Hoy.
Y no sólo la publicidad manda en los periódicos, también en la televisión, en los cines, en la calle...en fin, sí.

volandovengo -

Lara, tuve que reducir el artículo a la mitad para que cupiese en el espacio que la publicidad nos deja (que es la que realmente manda en los periódicos).

Lara Cano -

Bonita reseña y buena fotografía. Qué pena perderse espectáculos como este.

¡Un saludo!