Simplemente Pastora
Flamenco Viene del Sur
El flamenco tiene un camino que se debe recorrer con arte y de la mano del compás. Pastora Galván tiene todo el arte preciso para recorrer holgadamente este camino y tiene un compás que no se puede aguantar.
En una mesa de cuadrada madera están los músicos llevando el ritmo con los nudillos en el tablero. En primer plano el guitarrista Ramón Amador y el palmero Bobote, en la parte de atrás Londro y José Valencia, dos cantaores muy distintos, complementarios y de buena factura. Pastora, “de trapillo”, aborda las bulerías que apunta el cuadro como para sí. Ella, como en su casa, ensaya sobre la alfombra. Un pase y se descalza; otro y otro sin zapatos. Para bailar por derecho no hacen falta los adornos.
El carisma de bailaora, añeja, sevillana, tradicional, le supura por los poros, pero la dimensión vanguardista la traspasa. Se nota que es hermana del creador Israel Galván, que junto con ella firma las coreografías de esta obra llamada simplemente Pastora, segundo montaje individual de esta bailaora, después de La Francesa. El resultado es un baile fresquísimo y arriesgado, con un poso de sabiduría difícil de cuestionar.
El segundo tema es una mariana, con su trasfondo tanguero, que canta Londro, mostrando su buen gusto, y Pastora remata la escena liando la alfombra pero dejando su marca luminosa. Una soleá de cuartito nos lleva a las seguiriyas, precedidas de martinete, en las que la bailaora lleva el compás con yunque y martillo. El baile es exacto, puro y novedoso, cargado de silencios y de sorprendentes cambios, como cuando la seguiriya se rompe con fandangos para tornar a ser el cante desgarrado que fue en un principio.
José Valencia se hace grande cantando por malagueñas y abandolaos, antes de pasar a las alegrías que Pastora, con vestido de cola rojo y manila, domina sin fisuras. El vuelo del mantón, de la bata y el juego de pies no dejan duda, estamos ante una bailaora completa, a la que le bailan hasta las pestañas. Estas cantiñas, con un guiño de comicidad, acaban por sevillanas, que con toda dignidad vindica también para el teatro.
Un poquito de levante bien hilvanado por Valencia, nos lleva hasta un final por tangos. La sal y el roneo continuos llenan de emoción, sólo superada por la concatenación de bulerías finales entre aplausos y juego de luces. Acaba pero sigue. Siempre queda algo por decir.
En estos finales se descubre, con gracia, a Bobote como bailaor y, huelga decirlo, sobrado de compás.
* (© Deflameco.com)
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