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volandovengo

No hay dios…

No hay dios…

Suma Flamenca. Israel Galván

El final de este estado de cosas, redux

La muerte es algo personal. No le podemos encargar a alguien que muera por nosotros, ni siquiera pagando. El fin del mundo posiblemente nos llegue con esta muerte. Así, el Apocalipsis también es personal; es una cadena llena de interrogantes; es un balance de inutilidades.

El bailaor borgiano Israel Galván, se enfrenta a la oscuridad y a este fin íntimo, se pregunta y se responde con otra pregunta para redondear su existencialismo. Se enfrenta solo al escenario, solo en la noche, solo en el mundo. Una máscara borra su identidad. Medio desnudo, como en una tragedia griega, si no fuera por el pantalón atemporal. Baila descalzo sobre la arena. Improvisa. Nadie sabe el resultado de las piedras al caer, su impresión en los micrófonos.

Con silencio y compás nos trasmite la angustia anónima de movimientos quebrados, antes que el vídeo se imponga. Sobre un lienzo negro se escribe una carta ilustrada. Es de una alumna libanesa, Yalda Younes, que le habla de la guerra en su país. La carta comience con un ambiguo “Hola Israel”. Ella baila los mismos pasos de su maestro Galván, quizá más hieráticos, menos maduros, sobre el sonido real de las balas en el cielo de Beirut en la reciente guerra entre Israel y Líbano. Es la imagen del Apocalipsis, también como lo concibió Coppola (Apocalypse now). Puede ser la justificación de toda la obra. Es el fin de la humanidad. Para qué la religión. No hay dios…

Sobre una tarima móvil de objetos en desequilibrio, después de la reflexión videográfica, Israel baila por seguiriyas, se rompe por seguiriyas, se impone por seguiriyas. El ruido tiene mucho que decir. Es una pieza apoteósica. Para mí lo mejor del espectáculo, junto el colofón. Es la rabia a flor de piel. Es el flamenco arrojado por necesidad y por despecho. Es el momento sublime, en el que interactúa tabla y bailaor y muelles y bisagras, para remover las entrañas del respetable. Después de esta entrega todo parece diferido y truncado.
El baile avanza concatenado con saeta y con los extremos metálicos del grupo de heavy Orthodox, vestidos de nazarenos, encapuchados, anónimos. La Semana Santa sobrevuela censurada. Después arremete contra la Navidad y después contra el Rocío y con la falsa beatitud, para terminar cuestionando la muerte. Pero no es la religión lo que está de más; es la hipocresía lo que sobra.

Los villancicos y los verdiales, cantados por Juan José Amador, con la guitarra sabia de Alfredo Lagos, y un violín (Elisa Cantón) casi inexplicable, acompañan un baile cómico, con tambor rociero que termina derrotando literalmente al bailaor. Es la fatiga de una fiesta interminable. Incluso en el suelo, cuando se reanuda la música, el romero exhausto es capaz de seguir danzando. Oiremos la salve y otros himnos rocieros.

También veremos a Israel con pechos y compungida, antes del baile de Bobote vestido de corto, descalzo y sin camisa. Es un sosias de Galván que, como en un espejo deforme, devuelve sus mismos pasos al compás de la percusión y el saxo de Proyecto Lorca.

Acaba la función con un decorado de cajas de muerto en distintas posiciones. Sobre un ataúd suspendido entre caballetes, José Carrasco, percusiona un solo rotundo, antes que Galván aparezca danzando sobre las cajas, a su alrededor y en su interior. Es la muerte por bulerías, la fiesta final. Interminable.

Para terminar, sobre un ataúd levantado observamos el taconeo, los movimientos, el agobio, los estertores de los últimos momentos. Como en La cabina de Mercero, donde José Luis López Vázquez expresa la angustia del destino, la inutilidad de la muerte, Israel remata su lectura del Apocalipsis.

* Foto: en la Bienal de Sevilla, 2008 (© Luis Castilla).

2 comentarios

volandovengo -

Este bailaor ya es un clásico que deja huella, reconocido por todos, ortodoxos y vanguardistas.

Ellen la danesa -

Israel Galván. Uno de los pocos que sí han sabido desarollar el flamenco de la escena.