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Un camino fiel

Un camino fiel

Sacromonte cuna de flamencos

El Museo-Cuevas del Sacromonte continúa con su apuesta mestiza, entendiendo que el flamenco es tal por haber bebido y seguir bebiendo de todas las fuentes. El tiempo, la sensibilidad, los públicos todos, terminarán por dilucidar el camino apropiado y salvaguardar lo más coherente a la tradición, la evolución más lógica. Y, al igual que Chacón reinventó los cantes para enriquecerlos y que Marchena sacó de la manga la colombiana y Camarón introdujo el sitar, no nos podemos cerrar al nuevo viento que sopla, a veces caprichosamente, pero a veces con toda intención de henchir nuestras velas y alcanzar el norte.

En “Camino Bojaira” han desembocado una serie de músicos con inquietudes. El pianista Jesús Hernández lleva algún tiempo investigando sobre el flamenco con distintas agrupaciones. Paco Peña, con experiencia flamenca demostrada, siempre le ha acompañado con su bajo eléctrico, introduciendo unos solos plenos de sabrosura. Una batería (Álvaro Maldonado) siempre es importante para dimensionar la pieza. El cante llegó después (Antonio Fernández). Igualmente necesario. Establece las señas de identidad del flamenco en sí. Por último, una bailaora (Ana Calí), le da coherencia plástica al conjunto.

La soleá presenta al grupo. El piano lleva el peso específico en todo el recital. Echamos de menos otro instrumento armónico que alterne, ya que el bajo y la batería, en general, son “accesorios” rítmicos de fondo, y la voz no tiene el carisma necesario. La bailaora puntualiza el tema en su mitad y se convierte en instrumento útil con sus tacones.

Los esquemas del flamenco se bordan en el piano, que se convierte casi en una guitarra, casi en una segunda voz, en la media granaína que se propone a continuación y que acaba en una difícil coda cercana a la samba, enorme en su compás de diez periódico puro.

En las alegrías se manifiesta sin lugar a dudas la necesidad de una guitarra que centre al cantaor, falto de compás. El baile de Ana, sin embargo, no deja dudas. Con derecho se lleva un gran homenaje del respetable.

La segunda parte viene en forma de tientos tangos donde empiezan a abundar los solos (bien por Paco). Una parada en seco en medio de la pieza ofrece un contrapunto interesante. El baile tiene el valor añadido de marcarse el compás por sí mismo. Es como si los pies respondieran a una invisible partitura.

La colombiana está hecha, como otros ritmos latinos, para ser fusionada. El piano es exacto y el resultado redondo.

Incomprensiblemente el cantaor a pie de escenario se lanza a capela con La Salvaora, mientras Ana improvisa un baile a su lado. Antonio Fernández ha empezado muy alto. Tiende a no llegar y desafina por momentos.

Un agradable comienzo de piano y platos introducen las seguiriyas con las que acaba la función, donde, seguidamente, el bajo tiene mucho que decir. El baterista tiene también su momento. Remata la bailaora acertadamente.

Como bis, el fiel Camino de Bojaira cierra la noche con un poquito por bulerías.

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