El peso de los apellidos
XII Muestra Andaluza de Flamenco
Los Veranos del Corral
Es difícil evaluar a la gente cercana. Es difícil encontrar las palabras precisas cuando el resultado es mediocre. Y es que fue más la emoción que la eficacia.
Enrique Morente, hijo (Kiki), y Juan Habichuela, nieto, comparten nuevamente escenario para dejar entrever su herencia. Las venas son transparentes y decenas de seguidores rellenan el patio de un Corral que está más efervescente que nunca. La expectación superlativa contrasta con la tranquilidad de los artistas. Con sólo 20 y 21 años respectivamente están más que acostumbrados a subirse a las tablas, a dirigirse al micrófono, a enfrentarse a cientos de personas.
A su favor, un espacio exclusivo, un sonido sin fisuras y el reconocimiento de sus incondicionales. En contra, un ciclo carismático donde el nivel de exigencia es notable, donde el listón ha subido bastantes centímetros al cabo de estos doce años de rodaje.
Así, afilamos los oídos y los lápices predispuestos a poner buena nota. Pero la realidad se impone y lo que debería fluir como en vaselina, se atranca desde un primer momento.
Kiki, con una bonita voz, remeda a sus mayores sin alcanzar sus mínimos. Juan es una de las mejores apuestas del momento. Kiki mejora con los años, lo que nos ofrece un ápice de tranquilidad. Juan es un valor en alza, un rey Midas para el flamenco.
Una toná a la manera de Enrique padre da el pistoletazo de salida. Su mediocre ejecución se desmorona definitivamente con el intento de polifonía con que culmina. La caña sin embargo siembra la esperanza. Su acertada medida y resolución hace que resalte como lo mejor del programa. El resto es un quiero y no puedo con altibajos notables. Conseguida también es la acelerada culminación de la seguiriya.
Los tangos son claramente morentianos, conmovedores por el guiño; y las bulerías a capela vuelven a vejar el recuerdo.
* Foto de archivo: Juan Habichuela (Antonia Ortega©).
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