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Sobre la relatividad de la sabiduría

Sobre la relatividad de la sabiduría

Somos sabios hasta que encontramos a alguien más sabio que nosotros. El sabio debe ser humilde y, al igual que conoce su extensión, debe ser consciente de sus límites. Sólo sé que no se nada, decía Sócrates, aunque hay quien se remonta a Confucio. Cuando más sabemos, más aprendemos que más nos queda por saber. El camino es muy largo, largo y ancho. Porque hay que aprender que el norte no es un punto sino una dirección. A medida que avanzamos introducimos nuestra mente inevitablemente en el jardín borgiano de senderos que se bifurcan. Quizá todas las ramificaciones nos lleven a una suerte distinta de conocimiento (a una nueva experiencia, seguramente). Así, la sabiduría plena es inabarcable. Así, el saber no ocupa lugar. Así, el olvido constituye a veces el chaleco salvavidas necesario para que no nos saturemos, para destilar nuestra mente, muchas veces de forma involuntaria, para expurgar nuestros recuerdos.

Reírse de un tonto es fácil e inofensivo, pues posiblemente no llegue a enterarse. Reírse de un sabio no es tan fácil pero inofensivo igualmente, puesto que una condición de la sabiduría es la prudencia, como tildaron los griegos a los filósofos, es decir, al ideal del dirigente. Puede, sin embargo, que el sabio asimile tu risa, analice sus flaquezas y al tiempo la devuelva duplicada. Porque la “venganza” es un plato que se sirve frío.

Es muy fácil pasar por sabio ante la ignorancia, como en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Cuando se desconoce su alcance, cualquier conocimiento nuevo ocupa un abismo. Del mismo modo que un problema desconocido provoca una grieta insondable. Hasta que se supera. Hasta que se mira con cierta distancia y el escollo maldito pasa a ser un grano que alguna vez tuvimos en la suela.

Somos sabios en potencia. Somos auténticos ignorantes. Sin embargo, no todos ignoramos lo mismo.

Los locos no reconocen nunca su locura. El sentirse necio, posiblemente, es el primer paso para dejar de serlo.

Sócrates tenía nariz chata y acostumbraba a andar descalzo.

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