Sobre la fugacidad de la vida
Comencemos con una paradoja de Perogrullo: “lo único seguro en esta vida es la muerte”. Y rematemos con ese dicho horaciano, aunque castizo: “a vivir que son dos días”.
El tiempo pasa inexorablemente. Sin descanso. Sin esperas. El tiempo no se detiene hasta su fin que en realidad es el tuyo.
Los días, los meses, los años… se acumulan para desaparecer todos de golpe. La vida es una carrera de obstáculos. Es un viaje a Ítaca más o menos llevadero. Hay quien no lo soporta y se queda en el camino. Existen trampas y hachas filosas que truncan una vida.
Los máximos especialistas en la muerte son los vivos. Quizá Lázaro, quizá algún cataléptico que saliera ileso de los sueños de Poe nos podría decir… Pero la muerte profunda es tan insondable como la profundidad de la vida.
Todos tenemos nuestro destino, nuestro norte, al que vamos llegando según nuestra elección. Es el jardín borgiano de caminos que se bifurcan. Cada uno, sin embargo, posee su abanico, tiene su “jardín”, sin remedio.
Y, como decía no sé quién (el otro día lo encontré y se me ha vuelto a extraviar), a los cuarenta cada uno tiene la cara que se merece, al final de los días cada uno ha tenido la vida que le ha sido posible.
Woody Allen lo viene a dar a entender así en La Rosa Púrpura de El Cairo cuando su protagonista asegura que aunque se empeñe él no puede aprender a ser enano.
El otro día, después de diez años sin vernos, estuve con unos amigos. A todos, sin remedio, se nos notaba las vueltas de reloj. Alguien me decía que tal con los años se había vuelto cascarrabias y bastante maniático. Acto seguido, para quitarle yerro acaso, dijo: “como todos”.
Quedé pensando y comparando. Y una metáfora floreció en mi mente.
Tú estás hecha de otra pasta, le dije, todos somos madera en la fogata que tendemos a quemarnos y a desaparecer; a ser ascua y ceniza y pavesas que vuelan caprichosamente su canto efímero. Todos ardemos, pero no todas las maderas arden lo mismo…
Las hay más rápido en consumirse y las de combustión lenta. Las que desprenden más calor y las que calientan menos. Las que dan mucha luz y las que apenas tienen llama. Las que chisporrotean y las que mueren en silencio. Las que contienen resina, que adquieren una nueva dimensión, y las que son palo sin remedio. Las que están más verdes, que sueltan mucho humo, y las secas, las resecas, que arden nada más. Las que regalan su aroma y las que no expande ningún olor e incluso hieden...
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