El samurai
Las cosas no son como son, sino como se recuerdan.
No me preguntéis cómo tengo una catana y cómo le hablé a mi hijo de ella, prometiendo que un día…
La semana pasada fui a casa de su madre a recoger unos libros (siempre muchos menos de los deseados) y me acordé de la espada japonesa.
Era una catana simple, con vaina de madera y bien afilada en su momento. Quiero pensar que es la misma arma que usara Yukio Mishima para ritualmente quitarse la vida.
En un principio me defraudó el mejor autor nipón contemporáneo, hasta que apareció Murakami, pues creía que se había suicidado por amor, y fue por razones políticas. Ahora, mi simpatía le ha sido devuelta, pues su acto más que político fue social.
El autor de Confesiones de una máscara, con el dinero que le proporcionaban sus obras, reunió un ejército de 70 hombres, “todos ellos devotos observadores de las leyes del bushidoo”, recordará Mutis, y con ellos tomó el despacho del jefe de Estado Mayor. Allí, delante del titular, se hizo el harakiri, “se abrió el vientre de acuerdo con reglas varias veces seculares”.
Protestaba por un mundo totalmente deshumanizado e incomprensible, falto de valores, capitalista y acomodado hasta el extremo.
Tardó, en Nieve de primavera, bastantes líneas en describir cómo un pañuelo de seda caía al suelo, y tardó poco en clavarse la catana, mientras uno de sus incondicionales ritualmente le cortaba la cabeza, y a éste otro, y a éste otro más hasta que llegaron las autoridades con la ley bajo el brazo y algunas fregonas para empapar la sangre.
Buscando algo de Cela recordé mi filosa arma blanca. La cogí de su supuesto ‘escondite’ y se la mostré a Juan. Estaba enmohecida por la humedad y oxidada su hoja. Pedí un lienzo y productos adecuados y la limpie bien limpia por fuera.
Pero fue desenvainarla y raspar su plata, que dos labios de sangre amanecieron en mi pulgar por encima de la uña. Se olvidó la catana entonces, volviendo a su rincón de orín y olvido, y mi herida pasó a primer plano. Con papel secante corté la hemorragia y al día siguiente fui a que me pincharan.
Sólo me hizo falta un recordatorio del tétanos, pues hubo época que me vacunaba casi anualmente. La enfermera, que no me hizo ni daño, me dijo que me duraría hasta los cincuenta. Le dije que en ese caso me pusiera otra, pues los cincuenta ya los había pasado. Entonces me concedió graciosamente diez años más.
* Yukio Mishima en la foto caracterizado de samurai.
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volandovengo -
Ookami -
volandovengo -
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