Incitatus
Basta hacer alusión a algo para que su interés colme mi pensamiento. Como decíamos ayer, el caballo de Calígula se llamaba Incitatus (‘Impetuoso’ en latín). Tuvo otro corcel, conocido por Velocissimus, pero no alcanzó la importancia que octuvo el trotón de origen hispano (Roma importaba cada año de Hispania alrededor de 10.000 caballos).
Calígula se jactaba de haber hecho construir para su caballo una cuadra de diente de elefante. Quizá una caballeriza de mármol y un pesebre de marfil, que más tarde fue una casa-palacio con servidores y mobiliario de lujo para que recibiese a las personas que le mandaba como invitados y no eran pocas las veces que el emperador comía y dormía junto al caballo. También, según Joann Xifilinus (1551), convidaba a comer a su mesa a su otro caballo, Velocissimus, “y le hacía ministrar vino en vasos de oro”.
Los días de las carreras, en las que siempre salía vencedor, aunque no ganara, para que nada ni nadie turbase el descanso del equino, desde la víspera era decretado el “silencio general” de toda la ciudad bajo pena de muerte a quien no lo respetase.
Con todo y con eso, Incitatus, por una vez en la vida, perdió una carrera. Calígula mandó matar al auriga, diciéndole al verdugo: “Mátalo lentamente para que se sienta morir”.
Incitatus dormía a pata suelta, con mantas de color púrpura (el tinte más caro de la antigüedad, reservado a la familia imperial y la nobleza) y llevaba collares de piedras preciosas.
Calígula llegó a otorgarle a su caballo el título de cónsul y corregente de Roma y como tal era dignificado.
Claudio, sucesor de Calígula, aunque destituyo a Incitatus de todos sus cargos, ordenó que siguiera siendo tratado a cuerpo de rey en su establo de marfil, aunque se acabaron las invitaciones a compartir mesa.
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