Infidelidad
Desde que me enteré que la infidelidad es hereditaria miro a mi padre con otra cara.
Después del crudo artículo de ayer dedicado a la bestial práctica del empalamiento, se imponía en este día escribir algo ligero o amoroso o humorístico. Descarto el poema por no encontrar verso que me seduzca en este momento. Desecho el cuento por no atinar a la redondez que me exijo. Descubro mis anotaciones y me doy cuenta que todas las frases de este artículo comienzan por la sílaba ‘des’.
Despierto, destemplado, descerrajado, descendiendo, descalificado, deshollinar, desemplumo, desbravado, descarriar, descarrilar (¡uy!), desear, desfondar, desairado, deshilachar, desgañitado, desidia, desternillar, desleír, desvaído, destino, déspota, despotricar, despilfarrar, despachurrar, despojar, despejar, despedir, descreer, desván, destellar, destartalado…
Desecho este juguete, que comenzó siendo del azar, y me detengo en la ‘i’. Me salto incesto (el último pecado) para futuras entradas y me instalo en infidelidad.
Sé infiel y no mires con quién es una película de Trueba, basada en una obra de teatro del mismo nombre, que no recuerdo haber visto pero su título viene pintado para este post.
Hablar de infidelidad es hablar de celos. Siempre he considerado los celos una tara equiparable a la envidia o el egoísmo. A veces los celos están en la cabeza del celoso. Isak Dinesen, en Cena en Elsinore (Siete cuentos góticos), dice: "Al hablar de Eva y del Paraíso, todos los hombres están todavía celosos de la serpiente". Los celos son los fantasmas en los que uno cree por miedo a peder su acomodadizo statu quo.
La infidelidad es una lacra en la cabeza de las personas temerosas. Cuanto más grande sea la conciencia del pecado, así más grande será la infidelidad soportada (o infligida).
Cela escribe “La castidad enmohece” y Oscar Wilde, que no para de hablar del amor en todas sus facetas (y esta es una de ellas) decía que “Los que son fieles conocen nada más que el lado trivial del amor: el infiel es el que conoce las tragedias del amor”.
Uno no es infiel si no se considera infiel. “Lo bueno de comerte un bocadillo de jamón en Marruecos, escribía yo en un viaje al país alauita, es que nadie te pide”. Aunque hay musulmanes que lo comen. Como mi amigo Duharris, que recita la prohibición de comerse el marrano de pezuñas hacia arriba. Pero aquí en España, concluye, colgamos al cerdo cabeza abajo.
El Corán observa dos excepciones respecto a la comida tabú. Puedes comer cerdo si no sabes que estás comiendo cerdo o tienes apremiante necesidad de llevarte algo a la boca. Con la fidelidad o la infidelidad puede que pase lo mismo.
Oscar Wilde, en otro de sus escritos, reflexiona: “Los jóvenes quisieran ser fieles, y no pueden, los viejos quisieran ser infieles, y tampoco pueden”. Quizá la infidelidad sea ley de pensamiento, de palabra o acto, incluso de omisión como el pecado.
La Maga, en Rayuela de Cortázar, le pregunta a Oliveira: “¿Por qué te acostaste con Pola?”, y Horacio, “sentándose en el riel al borde del agua”, responde: “Una cuestión de perfumes. Me pareció que olía a cantar de los cantares, a cinamomo, a mirra, esas cosas. Era cierto, además”. Y Groucho Marx confiesa: “¿Qué por qué estaba yo con esa mujer? Porque me recuerda a ti. De hecho, me recuerda a ti más que tú”.
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volandovengo -
Rossy -
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