Los pájaros y la ciencia
A veces las casualidades superan los programas. Este domingo fui al Parque de las Ciencias con mi hijo Juan, el único que tengo (que sepamos). Tenemos la tarjeta de ’Amigos’ con la que acudimos a menudo a ese lugar de recreo.
Él quería ver los aviones, subir a la torre, ver los animales disecados, jugar con el agua, interactuar con el robot de la entrada... Yo pensaba ver la exposición de Escher.
Pero, al atravesar el primer pabellón, tras la cristalera vimos un pajarillo multicolor atrofiado en el suelo. Parecía tener un ala descompuesta.
Lo cogimos y lo llevamos al puesto de las aves rapaces para que le dieran aliento. Cuando lo cogió uno de los encargados, abrió la mano para mirarle la supuesta herida y, el pajarillo (un verderón, nos dijeron), salió volando, con una salud y libertad envidiables.
Parece que tan sólo se había dado un trompazo contra el vidrio. Tendría ganas de ver también alguna exposición.
Acto seguido (o un poquito antes) vimos a un gato negro congelado. Estaba quieto quieto, con la pata delantera alzada y la mirada fija en una tertulia de gorriones que holgaban ajenos a unos ocho o diez metros.
Nos paramos a observar en silencio. En décimas de segundo, el gato salió disparado interceptando a uno de los pájaros antes de alzar el vuelo en su misma dirección, tuvo la astucia de cogerlo de frente.
Esos dos episodios que presenciamos (no había mucha gente), superaron nuestras expectativas. Fueron, sin lugar a dudas, las mejores actividades científicas que, sin proponérselo, nos brindó el Parque.
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