Estrella entre las estrellas
60 Festival Internacional de Música y Danza de Granada
… He querido empezar este artículo por puntos suspensivos porque hablar de Estrella es continuar, porque tratar de Morente es un etcétera que se me antoja largo, si cabe.
Al comienzo del programa de mano, unas palabras de Estrella Morente nos advierten de su intención de homenajear a Granada, pero más bien a quien homenajeó fue a su padre o a la Granada de Enrique Morente.
La palabra que brota de mis labios desde que salí del concierto, desde que me senté en la butaca número 41 de la fila 8, es emoción. Un rimero de emociones que se agolpan en mi corazón y pretenden reorganizarse en mi cabeza. Una artista que tiembla la ausencia a la vez que se entrega, entera y quebradiza, a un público incondicional, a un pueblo que la quiere.
La estela de Enrique está presente de la primera nota que se mantiene en el aire, esa nota en off que al maestro gustaba para entonar su latido polifónico. Y es su voz la que canta. Y en su ronco suspiro el que abre la magia de la noche, cuando aparece Estrella en el balcón, vestida de diosa helena, con velo blanco, arañando el sonido de sus adentros, proponiéndonos una toná (el Pregón del Niño de las Moras), defendiendo, como pensaba Enrique, que el mejor instrumento es la voz.
… de darle caza al alcance. Así terminan las palabras de la artista granadina en el folleto que abrazamos. Así comienza y termina un poema de San Juan de la Cruz (Tras de un amoroso lance, y no de esperanza falto, volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance), que Estrella hace pasional canción, bella, delicada, morentiana.
El recuerdo continúa con el comienzo de esta granaína en tono de malagueñas o esta malagueña con toque por granaínas. Se trata de Montes de Málaga del trabajo Pablo de Málaga que grabara Enrique en 2008, que Estrella la hace tan suya, rompiendo moldes, quebrando sonidos, paseando arriba y abajo en una escalera tonal que parece no tener fin. Es la única vez en el concierto que la guitarra precisa de José Carbonell ‘Montoyita’ la vemos flaquear.
Con sus formas continúa, abordando uno cante de minas perfectamente asimilado, aprendido y aprehendidos desde que tenía seis años y el maestro Sabicas la animaba con su guitarra.
Y el llanto cubre al llanto, como llover sobre mojado, una soleá por perteneras se queda por la mitad, que no puedo seguir, que tengo un nudo en la garganta, que basta de meter el dedo en la llaga, parece que piensa.
Pero el dedo se hunde un poco más en forma de seguiriyas. Es la forma dramática por excelencia, es el grito de dolor, el cante que posiblemente indujera a la Piriñaca decir que cuando cantaba a gusto le sabía la boca a sangre.
El intermedio respira con la sola guitarra de ‘Montoyita’ interpretando una rondeña, que debe mucho a Ramón Montoya, alimentando la memoria, que se empreña en su mitad con los conocidos tangos de la Estrella, tocados con un tempo lento y doloroso, preces a quien se fue temprano.
El dolor se viste de fiesta en la segunda parte, con la artista vestida de negro con notas coloradas (autoría de su madre), al igual que sus músicos, su familia, que se cubren con chaleco en el que se evidencia brilloso el nombre de MORENTE. Son unas bulerías que se inician con la caña y culminan con la letrilla del gaditano Paquirri ‘El Guanté’ (los pájaros son clarines…). Desde aquí su cante se acompaña con grácil braceo y pataílla cómplice hasta el final del espectáculo.
En la percusión Pedro Gabarre Carbonell y en los coros y palmas, su hermano, José Enrique Morente y Antonio Carbonell y Ángel Gabarre. Todo queda en casa.
El laúd, tañido por José Carbonell Serrano ‘Monti’, hace aparición para rememorar los Tangos de la plaza, grabados por el ronco del Albaicín en Negra, si tu supieras (1992).
La Habanera imposible, de Carlos Cano, trae reminiscencias indelebles al llanto desgarrado de Estrella sobre los restos de su padre. Una habanera rematada con la famosa copla Calle Elvira (Granada, calle de Elvira, donde habitan las manolas), reivindicando su origen y su fin, su amor y su deseo.
Cuando el dolor duele y la pérdida es el norte, es normal que el sentimiento se imponga a la entereza. Estrella, en la primera estrofa de la canción que lleva su nombre (si yo encontrara), ante los aplausos del público reconocido, se derrumba y llora abiertamente. Termina la primera letra entre lágrimas y gemidos y, a su final, pide perdón por su duelo, por su amor, por nada.
Termina el recital con La noche de mi amor, una canción estremecedora de Chavela Vargas, a ritmo de bulerías, que formó parte de su disco Mujeres (2006), con bastantes guiños a Granada y a la Alhambra. Esta guinda deriva a boca de escenario, cantando a palo seco con el corazón terminado de estrujar. Aunque todavía al recital le queda una carta que redondea la apuesta. Es una toná, en forma de saeta, al gusto del padre, con los postreros palillos y palmas a compás.
* Me parece de ley poner esta foto, tomada de hola.com, en el Liceo de Barcelona, en julio de 2007.
9 comentarios
volandovengo -
Gracias a ti, Susana.
susana -
José Manuel -
volandovengo -
Alberto, es una herida que tardará en cerrarse. Escribo con el corazón pero, después de haber leído las críticas de otros colegas, te puedo decir que no he exagerado.
Estoy tan lanzado en escribir como tú en leerme. Un abrazo.
Alberto Granados -
Una crónica-análisis-confesión completa y emocionante.
Veo tu blog lanzado, cosa que agradezco.
AG
B -
volandovengo -
Sergio -
Juan Carlos -