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Dulce en palacio

Dulce en palacio

FEX. Extensión del Festival Internacional de Música y Danza de Granada

El palacio lo puso Quinta Alegre, el dulce Rocío Márquez. A veces se echa de menos el aguardiente en la voz, el dolor en la garganta, la entrega hecha añicos. Pero el flamenco es tan amplio como visiones tiene, y si hay quien se rompe en una seguiriya, también hay quien aroma con flores el aire de una guajira. La misma Mayte Martín causa estupor por la perfección en su belleza.

Rocío Márquez, con una voz limpia y melódica, más cercana a la canción que al quejío, rellena una noche que promete frescor después de un día de brasas. Las condiciones son propicias y el público entregado. Alfredo Lagos la arropa con una guitarra de lujo (echamos de menos un solo) y Juan Benavides aporta un sonido agradecido, inmenso, inmejorable.

Un poquito de viento en sus comienzos amenaza con enturbiar la actuación. Un viento que, como programado, solo alerta para la instantánea del comienzo de las malagueñas, aportando la brisa marina y la cabellera intonsa, como de atrezzo. Se abandolan pronto estos aires de Málaga, acordándose de ‘El Canario’ y de ‘Yerbabuena’, de nuestro Frasquito a los postres.

“Con mucho respeto” a continuación propone tangos muy cercanos a Granada, que son del Camino y del Monte y de Morente para mayor riqueza. Su voz es limpia, afinada, con modulación. El cante se acomoda a la onubense y no es la artista la que se amolda al cante, logrando una apuesta tan personal como determinada.

En tercer lugar, agradeciendo su paso por la Unión, donde se le reconoció como Lámpara Minera en 2008, Rocío nos transporta a levante con unas tarantas y uno fandangos mineros.

Sus melismas se acomodan como guante a los sones de ida y vuelta. En su salsa entona unas guajiras precedidas de bella canción habanera. Se siente larga y segura. Con un evidente eco marchenero que la delata (y, si no, de Valderrama).

Tres morillas me enamoran en Jaén, Axa y Fátima y Marién. El romance (¿villancico?) anónimo del siglo XV, introduce la soleá, que goza del mismo azúcar, para volver a sus dominios con unas farrucas preñadas de milonga, y después con un pregón muy caracolero que acaba como acaban las seguiriyas, directamente con el cambio. Quizá lo mejor de la velada. La guitarra de Alfredo se ve más suelta, haciendo uso del aporte rítmico que acostumbra (y seguimos echando de menos un solo).

Para terminar, unas ricas cantiñas ponen guinda a un pastel más grande de lo deseado, aliñadas con unos fandangos de su tierra, donde se acuerda también de Vallejo o el Carbonerillo, que funcionan como bises obligados.

* Foto © de LUIS SEVILLANO para elpaís.com: Rocío Márquez, durante su actuación ayer en el Teatro de la Zarzuela (09-03-2010).

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