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La sonrisa que vence

La sonrisa que vence

Los Veranos del Corral

Tr3s

Sorprende siempre en Belén Maya la manera de saltar a las tablas, con la sonrisa puesta y la firme decisión de pasar un buen rato. Su baile, redondo, orientalizante, lleno de los matices que conforman su legado, más que un esfuerzo es un paseo, más que una obligada entrega, por muy satisfactoria que sea, es el deseo de departir con un público anhelante la verdad de su estado.

Porque Belén, desde hace tiempo, quizá desde el principio, se ha ido creando su propio mundo, personal y, por ahora, intransferible, que la hace nadar como pez en el agua, como sirena en sus aguas, que pueden ser calmas o revueltas a voluntad. Incluso se rodea de un cuadro exclusivo. Breve pero eficacísimo en letra y número. En la guitarra, Rafael Rodríguez, le ha acompañado en bastantes ocasiones, con su lenguaje particular, con su alzapúa tan determinante, con sus arpegios y su rasgueo tan precisos, con esa forma de arropar tan agradecida. Jesús Méndez, al cante, es la primera vez que visita esta plaza. Lleno de facultades y sabiendo estar, envuelve el espacio con su voz de terciopelo, alterna el dejillo jerezano con un buen gusto a media voz que, según Manolo Caracol, es como duele. Y, dimensionando el resultado, Chloé Brûlé, haciendo compás, aunque su presencia fue limitada e incluso innecesaria en algunos momentos.

Con un resumen, por limitaciones de escenario, de su obra Tr3s, estrenada en la 21ª edición del Festival de Flamenco de la localidad francesa de Nimes, Belén Maya inaugura la XIII Muestra de Flamenco en el Corral del Carbón de Granada. Tr3s responde al decir de Manuel Machado cuando afirma que “una fiesta se hace con tres personas: una canta, otra baila y otra toca”.

Por Cádiz comienza la velada, tras unas palabras de Raúl Comba, como organizador del ciclo, dedicándole humildemente la edición de Los Veranos del Corral de este año al desaparecido Enrique Morente. Estas cantiñas comienzan y terminan sin baile, para arrancarse nuevamente cuando Belén sube a escena, como si fuera un regalo de última hora, como si fuera una larga escobilla al margen del cante oficial. Una larga coda por alegrías, donde la bailaora, más repuesta que en las últimas ocasiones que nos visitó, muestra sus cartas, la precisión en sus movimientos y ese recuerdo permanente de su padre, cada vez con más cositas (un repetido molinillo con los brazos o alguna parada táctica) y con más naturalidad, como si fuera su prolongación lógica.

La soleá, que antecede los tangos, nos muestra sin discusión la capacidad del cantaor y la frescura de melismas, mientras Rafael, a la guitarra, apunta originalidad a los postres con un rasgueo acompasado, manteniendo una nota. En los tangos, cercanos a Granada, Belén muestra el desparpajo de una buena herencia, el roneo ancestral que precisa este baile y las formas clásicas de los tangos del Petaco, ya casi olvidados. La guitarra hace un generoso punteo de bordón, mientras la bailaora muestra su característica apuesta exótica, que va creciendo y enriqueciendo la pieza cuando interactúa con el cantaor puesto en pie, neutral partenaire, y baila el silencio y ralentiza sus movimientos, a la manera de Yerbabuena, e interpreta el latido de la guitarra. Los tangos, estos ricos tangos, acaban, según costumbre inversa, con cantes mineros, exactamente con tarantos y cartagenera clásica. Es el baile que convence y que sitúa definitivamente en el universo Maya.

Un poquito por bulerías por parte de los músicos, vindicando el origen del cantaor, que rezuma detalles de La Paquera, como fiel descendiente, para pasar a una generosa entrada musical por seguiriyas, donde Belén le baila a la guitarra como anteriormente le danzó al cante. En su mitad, calla la guitarra y se proponen tonás. Es cuando la hija de Mario más se reconoce en sus formas, en su lenguaje y en el deseo de expandir su cuerpo más allá de su persona, eternizando sus movimientos, señalando a lo lejos, fijando sus ojos en el infinito, al tiempo que hunde esa misma mirada. Y, al final, congela sus movimientos como de porcelana, como esa diosa asiática que en realidad tiene mucho que ver con las propuestas de Israel Galván, retroalimentándose de su semilla.

Para terminar, con otra dilatada entrada de guitarra, Belén aborda unas cañas con vestido blanco de cola y mantón verde, demostrando el dominio de ambas prendas. Sin embargo (si se puede poner un pero a función tan excepcional), resultó un poco demasiado técnica. El rotundo efecto de su presencia, tuvo su punto de frialdad en el remate. Quizá los tangos hubieran sido la guinda perfecta de este sabroso menú.

Antes de despedir esta crónica, empero, quisiera dejar constancia de algunos elementos técnicos que, por suerte o por desgracia, influyen de forma determinante en toda actuación. Por una parte, hay que aplaudir el formidable sonido de Valeriano, que incide en la conformidad del recinto; y, por otra, hay que lamentar el desacertado tratamiento de las luces, más evidente cuando en ciclos pasados ha estado bien definido.

* Foto de Antonio Conde©.

2 comentarios

volandovengo -

Juan, ha sido un guiño de confianza...

JUAN VALERIANO -

De niño, en el pueblo, mis amigos, me llamaban Valeriano ó Valerio... Es una satisfactoria casualidad. Gracias de todos modos. Un abrazo.