Belleza asustera
Los Veranos del Corral
Nos tiene acostumbrados Isabel Bayón a no abandonar el escenario durante sus recitales, a transformarse en la penumbra y a descansar en pie. Nos tiene acostumbrados Isabel Bayón a la parquedad de su presencia, a un baile sereno y a su técnica precisa. Nos tiene acostumbrados Isabel Bayón a su mirada intensa, a sus manos palomas y a ese dominio del escenario que, sin necesidad de recorrerlo de parte a parte, siempre lo rellena.
La riqueza musical que acompaña a esta bailaora es una excusa para mostrar un baile desnudo, lleno de sugerencias y acomodaticio en ese muelle cantaor que le impulsa.
Después de escuchar las declaraciones en off de tres grandes del flamenco de la segunda mitad del siglo pasado y albores de éste, como son Matilde Coral, Mario Maya y Chano Lobato (a los que en cierta forma está en deuda), los músicos se van agrupando sobre las tablas, poco a poco, imbricando sus guitarras y sus voces. Primero Jesús Torres, manteniendo un soniquete con su guitarra, al que se le suma la guitarra de Canito, para incorporar las voces de David Lagos y Miguel Ortega, a los que José Carrasco les ayuda a hacer compás.
Isabel Bayón sube también al escenario y se abre un hueco por tangos, desplazando a sus compañeros a un segundo plano a la izquierda. A la derecha, en una silla de anea se ordenan los complementos necesarios para que la bailaora cambie de registro.
Sin apenas detenerse, en un continuo latido, el tango se aguajira y pasa a ser garrotín, donde Isabel muestra claramente la influencia de la escuela sevillana, tal cual fueron sus orígenes, y la evolución a un lenguaje propio que a su vez ha creado escuela y que tiene mucho de teatralidad (incluso interactua con un sombrero que no tiene).
Con una salía próxima a la bambera, David Lagos se adelanta proponiéndonos unas soleares trianeras, que son apolás en los postres, mostrando la valentía de una voz dulce y redonda, llena de facultades y melismas.
Entretanto, Isabel se ha caracterizado de bandolera para abordar una serrana, con su tónica habitual de parca redondez y neutra elegancia. Domina la escena y flexibiliza el hieratismo con la alegría del abandolao, que pretende ser de Frasquito, pero desemboca en moderado verdial.
Un solo de guitarra, cercano a levante, protagonizado por Canito (quizá algo oscuro), permite el descanso de la bailaora, que aprovecha para despojarse de sombrero y pañuelo y volver a ser silueta para ofrecer una farruca antológica en la que vindica la presencia femenina y seductora en un baile tradicionalmente de hombres.
De nuevo, las voces de Matilde, Chano y Mario Maya, cierran una obra que bebe directamente de En la horma de sus zapatos, presentada en el festival de Jerez de este año. Y, como sincero homenaje, remata con unas cantiñas, con guiños a Mario Maya, que en su mitad pasan a ser una grabación de Chano Lobato, con su gracia y su son, cantando por alegrías. Isabel baila con falda de cola y al estilo de Matilde, a quien le dedica los caracoles finales, que despuntan de agradecida forma coral a dos voces.
Una pataílla por bulerías toma la forma de improvisada despedida fuera de programa.
* Foto de Antonio Conde©.
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