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Flamenco en la calle

Flamenco en la calle

XX Noche Flamenca  Plaza de Toros, Doctores, San Lázaro

Esta Noche flamenca se tenía que haber celebrado el miércoles, 16 de septiembre, pero, debido al continuo aguacero del precipitado otoño que nos envuelve, se pasó a la noche del jueves. De ahí la escasez de público. Una asistencia bastante reducida, que se fue incrementando a lo largo de la velada. Esto, sin contar los transeúntes que por allí pasaban y se quedaban un poco escuchando el cante. Tiene su encanto, tiene su sabor. Pero este flamenco en la calle, que no callejero, tiene el peligro de convertirse en flamenco tirao. Parece mentira que un festival de barrio, con el patrocinio del Ayuntamiento, cumpla veinte años en condiciones tan precarias. Va siendo hora de vindicar para el flamenco más medios y más apoyo, lo que simplemente quiere decir más dignidad. El escenario es cutre, con ese telón de fondo de tela verde arrugada; las tablas se mueven y se levantan, además, no suenan bien (que se lo pregunten a Silvia); la sonorización deja mucho que desear, no está compensada; la iluminación es pésima; y no sigo, para no aburrir. No echo culpas, sólo denuncio y que cada cual se mire por dentro. Menos mal que la calidad de los artistas es meridiana. Su entrega y sobre todo su voluntad, esconden los desperfectos bajo la alfombra (por si viene la suegra).

Abrió la noche la principiante Mamen Ruiz, natural de Iznájar. Su tímida intervención estuvo paliada por la belleza de su voz. Su cante, lógicamente festero, consistió en colombianas, una farruca muy libre y unos tangos a los que les faltó decisión. A la cordobesa le acompañó José María Ortiz a la guitarra, su maestro y mentor. El dominio de Ana Mochón, elevó varios enteros la calidez de una noche especialmente fresca. Comenzó por alegrías y fue realmente grande en las granaínas, con las que fue premiada recientemente en La Unión. Su voz, un poco tomada, quizá sirviera para añadirle un poco de aguardiente y pellizco a su entrega llena de altibajos y mecidos fraseos. La belleza de una guajira puso fin a su intervención, que estuvo acompañada por Vicente Márquez. Tanto cantaora como guitarrista se quedaron en el escenario para arropar por seguiriyas a la bailaora Silvia Lozano, ya habitual en este escenario. Con su baile bien medido, con elegancia y flamencura, fue sufriendo como nadie las deficiencias del festival, uniéndose, por si fuera poco, la ausencia de su cuadro oficial.

Tras el baile, el orgiveño Álvaro Rodríguez, con Vicente Márquez a su lado, evidenció su potencia de voz y el dominio de los cantes más añejos. Comenzó por soleá, a la que le siguieron tientos-tangos. Su última entrega fueron fandangos naturales, acabando sin micrófono, a boca de escenario. Sonó mejor que cuando estaba sonorizado. Con Antonio Fernández volvió Ortiz a la guitarra. Antonio tiene el regusto granadino y la sabiduría del aficionado cuando canta por seguiriyas, por malagueñas y, sobre todo, con esos tangos morentianos de sombra y luz. Luces por su buen decir y su afinación, sombras por el grito continuo y el paseo exclusivo por los altos.

* Ana Mochón en la foto (© Granada Hoy).

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