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volandovengo

La Quinta del Sordo

La Quinta del Sordo

Hoy he salido tan temprano que al atravesar la puerta el portero me ha dado las buenas noches.

En llegando a casa de nuevo, en el momento en que las calles están llenas de prisa y de sueños rotos para entrar al trabajo, quien lo tenga, o al lugar de estudio, observo a la mayoría de los transeúntes, sobre todo los jóvenes, ajenos, con auriculares en las orejas o con el móvil activo, desarrollando el pulgar en el chateo (antes era ’tomar chatos de vino) o hablando por él.

Mi atención se ha centrado no obstante en una chica, rubia, morena o castaña, hablando con esa especie de “manos libres”, que hace como el que piensa en voz alta.

Yo tenía un profesor de pintura que me decía que los que hablan solos son los niños o los locos. Niños no he visto (o no me he fijado), locos, todos.

Ahora porque estamos acostumbrados, familiarizados con las nuevas tecnologías de la comunicación, pero hace escasamente veinte o treinta años, cuando un teléfono de bolsillo era impensable, nos hubieran tomado por orates.

Todo esto: móviles, música, obras, coches y otros ruidos, hace que perdamos el oído, que disminuya nuestra sensibilidad a la hora de apreciar sonidos, y tapamos el ruido con más ruido, como quien se pone desodorante después de haber sudado.

Vivimos en una Quinta del Sordo permanente (que no se llamó así por la sordera de Goya, sino a la de un propietario anterior). Cada vez somos más duros de oído y, si hubiera vida exterior, estoy seguro que se nos conocería por el planeta ruidoso, a pesar de la Gran Muralla que, digan lo que digan, no se ve desde el espacio.

Es evidente, hablando de algo cercano, que los cantaores de antes, sin ningún tipo de megafonía, llenaban plazas de toros en sus actuaciones, y no es que tuvieran una voz prodigiosa, que la tenían, pero como pueden tenerla más de un artista en la actualidad, sino que el público en general tenía el oído más limpio, menos contaminado, más hecho a la lejanía y a la percepción de un sonido único, pues tampoco había qué lo distorsionara.

* El perro, pintura negra de Goya en la Quinta del Sordo.

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