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Más jerezano que nunca

Más jerezano que nunca

Flamenco Viene del Sur

Ver a Gerardo Núñez es una apuesta ganada, pues pertenece a esa generación de guitarristas precisos y versátiles, surgidos tras el trío torbellino Lucía-Sanlúcar-Serranito, imprescindibles para comprender el desarrollo de la guitarra flamenca hoy día. Su técnica es bestial, tanto como su pulsión, rápida y firme, casi de vértigo, y un golpeteo envidiable en la tapa de su instrumento. Pero sobre todo flamenca, muy flamenca. Aunque se ha bañado en las aguas del jazz, se ha sumergido en la composición más redonda, ha atravesado como funambulista  el cable tenso de la lírica, pero como mejor se mueve, como mejor suena es como flamenco. De hecho, A tientos, como se llama el espectáculo, me sorprendió por la ausencia de corrientes. Tan sólo el flamenco planeaba en el teatro. O, para ser más exactos, el flamenco jerezano. Quizá fuera una exigencia o quizá un recurso cómodo, pero el abuso de la bulería fue manifiesto. Escuchamos bulerías propias y escuchamos bulerías rematando algunos temas o ilustrando los demás. De todas formas, es un abuso agradecido, aunque no tanto como el exceso de revert en algunas ocasiones o el protagonismo de la percusión de Cepillo, respetuosa por otro lado.

La sensibilidad de este tocaor ya se empieza a ver en la rondeña con la que empezó. Una rondeña que encierra una farruca y acaba por bulerías. Una constante se evidencia en este tema, que irá insistiendo en el resto del concierto, y es posiblemente la única concesión ofrecida al espíritu del jazz, que es el sonido repetido una y otra vez, como si fuera una base o una coda. Para las alegrías que vienen a continuación, Gerardo se rodea de todo su cuadro: Manuel Valencia como segunda guitarra (inexplicablemente con el volumen más bajo que el maestro); David Carpio, Esau y Joni Cortés al cante (sin fisuras); Cepillo a la caja; y Andrés Peña al baile, que no debutará hasta el próximo tema, una habanera, con el nombre de Sevilla, cercana a la guajira y rematada –cómo no- por bulerías. De las dos, tres, veces que he visto a este bailaor es la que más me ha gustado, en la que hemos hablado, él como emisor y yo como receptor, el mismo lenguaje. En esta habanera se aprecia como en ninguno la constante señalada más arriba, que el ritmo se repite como un obstinato rigore.

Un solo de cajón sirve de ecuador en la noche, que continúa con una bella pincelada de guitarra en compás de seguiriyas que se va apagando mientras se imbrican las voces de los cantaores en una rueda por tonás y martinetes. Buenísima incursión en el cante a pelo quizá superada por ellos mismos haciendo soleá por bulerías en torno a una mesa con el único acompañamiento del golpeteo de sus nudillos sobre la tabla.

El principio del final de la actuación es una soleá muy marcada que introduce la segunda guitarra, donde el bailaor adquiere protagonismo, teniendo solos memorables (aunque el tembleque del pie derecho sobre el piso en un alarde de velocidad y/o dominio, que usan algunos bailaores, nunca lo he entendido). Tanto la bulería vertiginosa que marca el final de la actuación, como el fin de fiestas y el resto del concierto, evidencian el paso atrás de Gerardo, no en el concepto, sino en las raíces.

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