Medusa
Hasta dos veces, cuando visité Estambul, me asomé a la cisterna basílica de Constantino bajo la bóveda de Kere-batas Seraí en el semisótano de una supuesta casa musulmana.
La impresión es bestial, el ambiente tenebroso y los arcos infinitos. El paisanaje de la ciudad turca dice que sus aguas verdosas y sus paredes goteantes no conocen límites. La luz tamizada parece que nos adentra en un tupido bosque de columnas pareadas.
Edmundo de Amicis, en su libro Constantinopla, narra la terrorífica historia que le contó un dragomán sobre "el que se aventuró en una barca en aquel subterráneo para descubrir sus confines y volvió muchas horas después, bogando desesperadamente, con el rostro descompuesto y el cabello erizado, mientras las bóvedas lejanas repercutían fragorosas carcajadas y silbidos agudos; y de otro, que no volverá jamás y que acabó, quién sabe cómo, tal vez helado de terror, tal vez arrastrado por corriente misteriosa a un abismo desconocido, muy lejos de Stambul, Dios sabe dónde”.
Yo me adentré hasta el fondo, como decenas de visitantes lo hicieron, sin temor a la penumbra y a las turquesas aguas falsamente transparentes.
Al final del final, objeto de múltiples instantáneas, en la basa de una columna semejante a las demás, se hallaba esculpida la cabeza de una Gorgona semihundida en posición supina para contrarrestar sus efectos (en la foto).
(Cuenta Frobenius, en Historie de la Civilisation Africaine que “la Gorgona es un símbolo de fusión entre contrarios: león y águila, pájaro y serpiente, movilidad e inmovilidad, belleza y horror”. A lo que añade Cirlot: “por ello excede las condiciones soportables por la conciencia y mata al que la contempla”.)
Era la Gorgona llamada Medusa, a la que Perseo degolló con la hoz de oro que le proporcionó Hermes, que inmediatamente llamó mi atención y la cisterna, de por sí impresionante, cobró un doble valor: la belleza del espacio y el detalle arbitrario en el pie de un arco.
Enseguida pregunté en mi interior cómo acabó la cabeza de la Medusa en el subsuelo de la basílica constantinopolitana.
Las Gorgonas se llamaban Esteno, Euríale y Medusa, todas ellas bellas en un tiempo. Pero una noche Medusa se acostó con Poseidón, y Atenea, furiosa porque lo habían hecho en uno de sus templos, la transformó en un monstruo alado con ojos deslumbrantes, grandes dientes, lengua saliente, garras afiladas y cabellos de serpientes, cuya mirada convertía a los hombres en piedra.
Perseo acabó con ella e hizo estragos con su cabeza inmovilizadora, que acabó en la égida de Atenea, pero en ningún sitio dice que llegara a formar parte de la columna de una cisterna de la única ciudad del mundo entre dos continentes.
Por otra parte, cuenta Pausanías, Atenea le dio a Asclepio, fundador de la medicina, dos redomas con sangre de la gorgona Medusa; con la extraída de las venas de su lado izquierdo podía resucitar a los muertos, con la extraída de su lado derecho podía matar instantáneamente (así que no era tan mala como decían).
6 comentarios
volandovengo -
volandovengo -
Uno -
Carmen K. -
Me sorprende que en un lugar tan lleno de vida, con esa luz, esa eclosión de colores, esa temperatura que invita a la vida a quedarse, esa tierra, fértil y receptiva como las hembras jóvenes paridoras... ¿Por qué el drama parte del Mediterráneo y no del Báltico, con el frío que hace, lo gris y lo inhóspito que es? (leche).
volandovengo -
Carmen K. -