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El punto diez

El punto diez

Baudelaire escribió el 15 de abril de 1846, en Consejo a los Jóvenes Literatos (en una traducción de Alfonso Salazar en Celeste Ediciones, del año 2000): “todo hombre sano puede pasarse dos días sin comer, pero nunca sin poesía”. Cita que me da pie para hablar, ya no de la poesía ni de la escritura en sí ni de los jóvenes, sino de los ‘consejos’ a estos.

Han sido muchos consagrados los que se han decidido a escribir sobre su oficio, dando recomendaciones o advirtiendo de los escollos que nos podemos encontrar, que vayamos preparados, como Odiseo y sus compañeros, para cruzar incólumes el arrecife de las sirenas.

Algunas observaciones las encontramos sueltas en alguna obra de difusión general o incluso de ficción.

Por ejemplo, en Gramática de la fantasía (una obra que pretende convertir al lector en un hacedor de cuentos), Gianni Rodari argumenta que “los cuentos sirven a la matemática, como la matemática sirve a los cuentos. Sirven a la poesía, a la música, a la utopía, al compromiso político..., en una palabra: al hombre. Sirven porque, justamente, en apariencia no sirven para nada: como la poesía y la música, como el teatro y el deporte (excepto cuando se convierten en un negocio).

“Joven, si quiere ser artista, escribía Hermann Hesse creo que en El último verano de Klingsor (cito de memoria) son imprescindibles tres cosas: comer bien, evacuar adecuadamente y estar siempre cerca de una chica bonita”.

Ruiz Zafón nos dirá (la cita no me consta dónde la recogí): “Un relato es una carta que el autor se escribe a sí mismo para contarse cosas que de otro modo no podría averiguar”.

Pero son los autores sudamericanos los que son dados a mostrarnos un decálogo, a veces algo extenso, reuniendo estas advertencias para quien esté tentado de empuñar la pluma.

No voy a reproducir todos los listados que he ido recogiendo de los diferentes autores, pero sí su conclusión vertida, en la mayoría de los casos, en su punto diez.

El uruguayo Horacio Quiroga puede que comenzara la tradición con su Decálogo del perfecto cuentista. En su punto diez, nos dice: “No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento”.

Desde Lima, Julio Ramón Ribeyro, concluye: “El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace es que el cuento ha fallado”.

Juan Carlos Onetti, de Montevideo, escribe un Decálogo para cuentistas, en el que nos invita a la fábula, diciendo: “Mentir siempre”.

Esto me recuerda a una opinión sobre Antonio de Guevara vertida por Nestror Luján en el prologo a Fábulas y leyendas de la mar de Álvaro Cunqueiro tildándolo de “alegre y soberano mentiroso, del mentir por el placer de mentir bello”. ¡Ay!

Roberto Bolaño, a sus 44 años, nos dicta  esta vez una docena de Consejos sobre el arte de escribir cuentos. Su décimo aviso reza: “Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas”. Lo que nos obliga a copiar el ítem anterior: “La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra”, que a su vez deriva de la sugerencia octava que dice: “Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges”.

(A Poe también lo mencionó Quiroga en su primer consejo: “Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo”.)

Por último, el peruano Vargas Llosa, Mario, que, al ser más ancho en su prosa en vez de diez esculpe quince recomendaciones en sus Cartas a un joven novelista, escribe en décimo lugar: “La sinceridad o insinceridad no es, en literatura, un asunto ético sino estético”.

Leyendo a todos (incluso a más) diría que los únicos consejos son, como los Diez Mandamientos que se encierran den dos, el estudio, o sea, la lectura de todos los cuentistas que se nos acerquen y nos preceden, y la constancia. "La constancia es una virtud", escribe Raymond Carver en Escribir un cuento. (Como decía Picasso, “siempre procuro que la inspiración me coja trabajando”).

* Horacio Quiroga en 1900.

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